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cometer solemnes disparates. Por esto, con ellos
pondré en práctica el rationabile obsequium
vestrum de san Pablo.
>>Había alguno que no tenía confianza en él,
pero no podía ocultarle su corazón. Alguna vez me
dijo don Bosco:
>>-Mira, yo conozco a los hipócritas cuando se
acercan. Apenas está uno junto a mí, siento tan
sensiblemente su presencia, que me produce un
malestar y unas náuseas que no acierto a
explicarme, a pesar de todas sus bonitas palabras.
>>Para conocer, además, a los inclinados al
vicio de la impureza, me basta poder mirar una vez
a un muchacho a la cara. Lo mismo me pasa con los
inmodestos. Estoy seguro de no equivocarme.
>>Y éstos, para no ser conocidos y
descubiertos, huían solapadamente del encuentro
con don Bosco y se alejaban de él. ((**It7.556**)) Esto
era tan notorio en tiempo de mi bachillerato por
los indicados jóvenes, que no se dejaban ver por
don Bosco, según decían, a fin de que no pudiese
leer los pecados en su frente. San Felipe los
conocía por el olfato, don Bosco también por la
vista>>.
La estima, el amor y el respeto a don Bosco
mantenían el orden en el Oratorio, en todo lugar y
tiempo; y particularmente el silencio prescrito,
cosa no fácil de obtenerse, dada la vivacidad
juvenil. Nos baste recordar el salón de estudio.
Era tenido casi por un lugar sagrado. Desde el
comienzo del Oratorio reinó en él solemne y
religioso silencio. Hasta en invierno, cuando el
frío era excesivo, y don Bosco permitía a los
muchachos entrar en el estudio para desayunar,
jamás se turbaba el silencio por respeto al lugar.
Diríamos que casi se penetraba de puntillas y, con
la gorra en la mano, se colocaba cada cual en su
puesto. Se rezaba una avemaría, se respondía Ora
pro nobis a la jaculatoria Sedes sapientiae, que
en 1867 se sustituyó por la de María Auxilium
Christianorum. Don Bosco iba también de vez en
cuando al salón de estudio, para dar buen ejemplo,
y estudiar con los demás.
Resultaba un espectáculo maravilloso. Entrara
quien entrara, no importaba de qué dignidad, nadie
se movía de su puesto, ni volvía la cabeza o daba
señal de curiosidad.
Hablaremos, por ahora, de dos visitas. De la
primera nos dejaron memoria don Bosco mismo y
Pedro Enría.
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