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estará contento de seguir viviendo; el que debe
morir, estará contento de encontrarse bien
preparado>>.
Por la noche del 13, habló don Bosco así:
Ayer por la mañana hicimos el ejercicio de la
buena muerte. Todo el día anduve pensando en los
frutos que de él nacerían. Temo, sin embargo, que
alguno de vosotros no lo haya hecho bien. Tuve
esta noche un sueño que voy a contaros.
Me encontraba en el patio con todos los alumnos
de la casa, que se entretenían en saltar y correr.
Salimos del Oratorio para ir de paseo y, después
de algún tiempo, nos detuvimos en un prado. En él
los muchachos reanudaron sus juegos y cada uno iba
a porfía con los demás ((**It7.551**)) para
ver quién era el que más saltaba. En esto que
descubrí, en medio del prado, un pozo sin brocal.
Me acerqué para examinarlo y asegurarme de que no
ofrecía peligro alguno, cuando vi en el fondo una
horrible serpiente. Su grosor era como el de un
caballo, mejor dicho, como el de un elefante; su
cuerpo informe y todo cubierto de manchas
amarillentas.
Inmediatamente me aparté lleno de miedo y
comencé a observar a los jóvenes que, en buen
número, habían empezado a saltar de una a otra
parte del pozo y, cosa extraña, sin que me viniese
a la mente la idea de prohibírselo o de avisarles
del peligro a que se exponían. Vi a algunos
pequeños, tan ágiles que lo saltaban sin
dificultad alguna. Otros, mayores, como eran más
pesados, saltaban con más brío, pero alcanzaban
menor altura y a veces iban a caer en el mismo
borde; y he aquí que entonces asomaba y volvía a
desaparecer la cabeza de aquel espantoso monstruo
que mordía a éste en un pie, a aquél en una
pierna, a otros en distintos miembros. A pesar de
esto, aquellos incautos eran tan temerarios que
seguían saltando sin parar, y casi nunca quedaban
ilesos. Entonces un joven me dijo, señalando a un
compañero:
-Mira, éste saltará una vez y lo hará mal;
saltará la segunda y quedará allí.
Me daba lástima ver entretanto a muchos jóvenes
tendidos por el suelo, uno llagado en una pierna,
otro con un brazo malherido y alguno con el
corazón desgarrado. Yo les iba preguntando:
-Por qué saltáis sobre ese pozo exponiéndoos a
tan gran peligro? Por qué, después de haber sido
mordidos una y otra vez, volvéis a repetir ese
juego funesto?
Y ellos respondían, mientras suspiraban:
-No estamos acostumbrados a saltar.
Yo les decía:
-Y qué necesidad había de saltar?
Y ellos replicaban:
-Qué quiere? No estamos acostumbrados. No
creíamos que íbamos a padecer este mal.
Pero entre todos uno me llamó la atención y me
hizo temblar: era el que me había sido señalado.
Saltó de nuevo y cayó dentro del pozo. Después de
unos instantes, el monstruo lo arrojó fuera, negro
como el carbón; pero aún no estaba muerto, y
seguía hablando. Los que estábamos allí le
contemplábamos espantados y le preguntábamos.
Así termina don Domingo Ruffino, cuya crónica
no añade más.
Nada dice sobre la interpretación del sueño ni
de los avisos que, a buen seguro, daría don Bosco
a los jóvenes en general y en particular,
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