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((**Es7.452**) No se habló en balde: el mensajero del diablo cambió de parecer y llevó a otro sitio sus necios insultos contra la Iglesia. Pero en las ciudades populosas, respaldado por los sectarios, que le pagaban cinco liras al día, y por la gentecilla, se entretenía mucho. En Turín se le permitió despotricar durante muchos años contra la autoridad pontificia, el purgatorio, la confesión y la misa. Cuando se celebraba una fiesta solemne o una procesión aparecía don José Ambrogio en la plaza de la iglesia o por los alrededores. Más de una vez se exigía a la policía que le hiciera callar o alejarse. El Hombre de Bien para rebatir las muchas blasfemias de aquel desgraciado, exponía la vida de don José Ambrogio, y decía que ciertamente no era la de un santo sacerdote, porque estaba suspendido hacía largo tiempo por su Obispo a causa de gravísimos motivos; daba algunos datos acerca de su doctrina y señalaba cómo sus errores, fruto de la soberbia y la ignorancia, no eran novedades y ya habían sido refutados victoriosamente por los escritores católicos. Descubría la estupidez de ciertas diatribas suyas contra el Papa y concluía con una magnífica apología del sacerdocio católico por él calumniado, recordando especialmente las maravillosas obras del canónigo Cottolengo. Este llamamiento debió saber muy mal a los patronos de don José Ambrogio por lo que un tropel de gente de baja ralea, a la que él con su conducta se había enrolado, bajaba de noche a las proximidades de la calle de la Jardinera y hacían víctima de sus pedradas el dormitorio colocado encima de la imprenta. Esta molestia duró casi un mes. Una de las primeras noches quedaron rotos casi todos los cristales y hubo que defender las ventanas con rejas. (**Es7.452**))
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