((**Es7.451**)
el respetable público desde hace once años,
todavía sigue siendo tímido y asustadizo. Si
alguno le hiciese visajes, podría espantarse, y
ípobrecito, hasta morir de dolor! En cambio, si se
le permite tomar parte en el banquete de primero
de año, (y quién podría ((**It7.528**)) mirar
con malos ojos a un hombre de bien?) promete
volver el año próximo para manifestar su
agradecimiento; y, si no se le da motivo para
enfurruñarse, asegura llegar festivo y alegre. No
le agrada reñir de ningún modo y desearía
estrechar la mano a todos como quien posee las
mismas ideas y afectos. Haga Dios que pueda gozar
el año próximo de tan dulce consuelo.
Queridos amigos, que tengáis salud y
satisfacción con todo bien de Dios. Leedme,
hacedme leer y vivid felices.
Fácilmente se desprende de este prólogo que
seguía viva la cuestión de la propiedad de las
Lecturas Católicas. La dirección continuaba en
manos de los de Ivrea, los cuales administraban
las entradas sin control, y no podían resignarse a
que la impresión de las mismas se hiciese en el
Oratorio de san Francisco de Sales. De ello nacían
ciertas voces que se hacían correr sobre estas
disensiones que se consideraban perjudiciales para
la continuación de aquellas buenas lecturas.
Pero el Hombre de Bien, sin cuidarse de estas
mezquindades, después de la introducción con
variados, bellísimos cuentos e importantes
máximas, más una recomendación a los fieles para
la obra de las lámparas encendidas ante los
altares donde reside el Santísimo Sacramento, y
con doce reflexiones, una para cada mes, que
exponían verdades combatidas por los herejes y
profanos, publicaba un solemne llamamiento al
pueblo.
Conviene saber que en aquella época había un
sacerdote de la diócesis de Mondoví, don José
Ambrogio, que daba y siguió dando durante muchos
años un triste espectáculo de sí mismo, por calles
y plazas. Medio vestido de sacerdote y de seglar,
con la barba híspida y larga, con aire de profeta,
vagaba impunemente de ciudad en ciudad y hasta por
los pueblos, calentando los cascos de la chusma
contra la religión y desacreditando al sacerdocio.
En algún lugar fue recibido como se merecía y le
hicieron huir ignominiosamente. Los guardias,
encargados de su defensa, hubieron de trasladarle
muchas veces a la cárcel para ponerle al seguro de
las iras del pueblo, hastiado de su descaro y sus
blasfemias. Tenía intención de ir a Castelnuovo,
pero no se atrevió a entrar. Apenas supieron los
castelnovenses que el apóstata se encaminaba hacia
((**It7.529**)) su
pueblo para contaminarlo con sus doctrinas, se
acordaron de la escena de 1857 contra los
protestantes. Así que le comunicaron que pensase
en tomar otra dirección, si no quería ver
repetidos los recibimientos sufridos en otras
partes y si estimaba en algo su pellejo.
(**Es7.451**))
<Anterior: 7. 450><Siguiente: 7. 452>