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del Oratorio, en número de treinta, cuarenta y
más, ante los examinadores oficiales y con
frecuencia salían los primeros, superando sus
calificaciones a las que alcanzaban los alumnos de
todas las escuelas públicas y privadas de Turín.
El profesor Antonio Parato, director del
Gimnasio Monviso, hoy Máximo D'Azeglio, estaba
entusiasmado por el resultado de los estudiantes
del Oratorio, que en su mayoría se examinaban en
su tribunal. Además de estar diligentemente
preparados en todas las asignaturas, había algunos
que, animados por sus propios profesores con algún
libro de premio, habían aprendido de memoria
autores clásicos, prosistas y poetas, El estudio
constituía su continua ocupación.
El mencionado profesor repitió muchas veces a
don Celestino ((**It7.516**))
Durando, hablando sobre exámenes de aquellos
alumnos del Oratorio, que no podía imaginarse la
inmensa utilidad que proporcionaron a los alumnos
de las escuelas públicas, despertando su
emulación: aunque éstos no llegaron a superar a
aquéllos.
Los que habían organizado o realizado los
registros y allanamientos del Oratorio eran
espectadores de su gran florecimiento y de la
evidente bendición de Dios. Hemos descrito ya las
desdichadas aventuras que entristecieron las vidas
de algunos de ellos. No nos parece fuera de lugar
señalar aquí un suceso, en el que se advierte cómo
la justicia de Dios dejó caer el tremendo peso de
su mano sobre aquél, que culpablemente intentó
destruir la obra de don Bosco. Al narrar las
desgracias que le acaecieron, lo hacemos con
profunda compasión y con el único fin de que
sirvan de provechosa enseñanza para quien lea y
para aquéllos que, pública o privadamente,
quisieran oponerse a las obras de Dios.
Uno que desplegó contra el Oratorio un celo
verdaderamente digno de mejor causa fue el
caballero, y más tarde comendador, Esteban Gatti.
Comenzó a dar pruebas de ello en 1860, como hemos
referido en su momento, y ciertamente don Bosco no
debió a su benevolencia el que entonces y después
no fueran clausuradas sus escuelas y dispersados
centenares de muchachos pobres del Oratorio.
Siempre pródigo en palabras de cortesía y promesas
de protección, hizo en secreto todo el mal que
pudo. Publicó calumnias en periódicos hostiles a
la religión y a la moral. Pidió ejemplares de la
biografía de Domingo Savio <> cuando en
realidad lo hacía para burlarse y despreciarle,
con muchos artículos publicados en el periódico de
Asti titulado Il Cittadino (El Ciudadano). Se
gloriaba de llevar a la
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