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otros certificados. Sólo la oración podía allanar
esta dificultad y, en efecto, la allanó. Unos días
después se llegó a saber que el Rector había
salido al campo y, por consiguiente, debía
sucederle al frente de la Universidad, durante su
ausencia, el decano más antiguo de las varias
facultades. Y le tocó al de la facultad teológica
Angel Serafín, profesor de teología especulativa.
Se intentó de nuevo la prueba: el suplente,
persona muy sensata y bondadosa, revisó la
documentación de los candidatos del Oratorio y no
creyó hallar dificultad alguna. Más aún, añadió:
-Sé que en el Seminario se hacen los estudios
más concienzudamente que en algunos centros
estatales.
Fueron admitidos todos. Los exámenes se
celebraron del 15 al 20 de septiembre. Alguno
consiguió la máxima puntuación y los otros
obtuvieron calificaciones muy satisfactorias.
Era éste un segundo triunfo para el Oratorio.
Pero don Bosco, persuadido de que sería imposible
servirse en el futuro de los certificados de
filosofía del Seminario, y que por tanto había que
conseguir el diploma o ingresar en la Universidad,
decidió presentar en lo sucesivo sus alumnos al
examen de ingreso universitario.
Y comenzó en 1864, destinando a esta prueba a
Luis Tomás Jarac, a Plácido Perucatti y a
Constancio Rinaudo.
Mas, sabiendo que encontraría impedimentos para
su plan, dada la mala intención de sus
adversarios, fue a visitar a Nicomedes Bianchi,
director entonces del Liceo del Carmen, para
hacérselo menos hostil. Cuando don Bosco le dijo
que iba para recomendar a su bondad a tres
alumnos, él, haciendo gala de imparcialidad,
respondió que no podía aceptar recomendaciones
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no había más recomendaciones que la ciencia y el
estudio de los jóvenes examinandos; que la ley era
clara, y él se atenía estrictamente a ella; que
los jóvenes se atuviesen a cuanto ella prescribe y
tenían asegurado el éxito de su examen.
Don Bosco replicó que precisamente había ido
para rogarle que tutelara a los jóvenes en
conformidad con la misma ley; que él estaba
informado de que en la comisión examinadora había
alguien prevenido contra sus alumnos y por eso se
recomendaba a la reconocida lealtad y rectitud del
director, para que disipara todo prejuicio de la
mente de los examinadores; que se había presentado
también para dar las aclaraciones que se juzgasen
necesarias sobre el sistema de su enseñanza y la
legalidad de sus maestros; y concluía diciendo que
no tenía necesidad de favores, ni quería
excepciones, porque estaba persuadido de que sus
muchachos no habían menester de ello.
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