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aquella misma tarde en Montemagno para la primera
plática del triduo. Estaba preocupado y entró en
el despacho de los coches, para ver si había modo
de encontrar un vehículo.
Se buscó, pero de momento no se pudo conseguir
y el jefe le indicó que, aun saliendo a aquella
hora, no le era posible llegar a tiempo para subir
al púlpito; tanto más que una empinada y larga
cuesta impedía correr a los caballos; y que, por
consiguiente, era preferible dejar la salida para
el día siguiente.
Una hora duraron estos intentos y el señor
Cerrato, que aguardaba pacientemente, contento de
que don Bosco no pudiese partir, le llevó a
visitar a un pobre enfermo. Este, que se había
enterado por la mañana de la llegada de don Bosco,
envió una persona para que lo acompañase a su
casa; pero don Bosco, resuelto a marchar, se había
excusado. Ante su negativa, el enfermo había
quedado sumido en gran tristeza, de manera que los
familiares no sabían cómo calmarlo. Mas la
Providencia había dispuesto los acontecimientos a
fin de consolarlo, y no puede expresarse con qué
satisfacción fue recibido don Bosco por el
enfermo. Lloraba de alegría; la presencia ((**It7.500**)) de don
Bosco era para él como la presencia de un ángel;
se confesó, arregló tranquilamente sus asuntos y
declaró que, una vez visto a don Bosco, nada más
podía desear en este mundo.
Aquella tarde fue aún a visitar a la señora
Pulciani, en cuya casa dió una conferencia sobre
la obra de los Oratorios; y despachó varios
asuntos para los cuales le esperaban. Todavía tuvo
que confesar antes de acostarse y, a la mañana
siguiente, partía hacia Montemagno, donde fue
recibido con regocijo por el pueblo y por la
familia del marqués de Fassati, en cuya casa
siempre le hospedaban cariñosamente. La víspera de
la fiesta llegó don Miguel Rúa para ayudarle a
confesar.
De vuelta al Oratorio, presentáronle a don
Bosco dos recomendaciones para el ingreso de dos
muchachos: una del Gobierno civil, y otra del
Ministerio de Obras Públicas. Las mencionamos
aquí, porque no está fuera de lugar el recordar,
de vez en cuando, las buenas relaciones del siervo
de Dios con los diversos Ministerios del Estado y
con las autoridades provinciales o municipales
para aceptar jóvenes a pesar de que en épocas tan
borrascosas surgían frecuentemente por diversas
partes duras oposiciones a su obra.
La carta del Gobierno civil de la provincia de
Turín, división 5.a, N.° 12974-847, estaba
redactada en estos términos:
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