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que le ayude a perseverar en el bien, aquél para
alcanzar una buena muerte. Se ven continuamente
muchos jóvenes y viejos, ricos y pobres,
campesinos y señores, caballeros, condes,
marqueses, artesanos, comerciantes, hombres y
mujeres, vaqueros y estudiantes de toda condición
que se acercan a los santos sacramentos de la
confesión y comunión y van después a los pies de
la hermosa imagen de María Santísima para implorar
su celestial protección.
En medio de tanta gente mi corazón
experimentaba un vivo pesar. Por qué? Porque no
veía a mis queridos muchachos estudiantes. íAh,
sí; porque no puedo tener aquí a mis hijos para
llevarlos a los pies de María, ofrecérselos a
Ella, colocarlos bajo su poderoso auxilio y
hacerlos a todos nuevos Domingos Savio u otros
tantos San Luises.
Para consolar mi corazón, me coloqué ante su
milagroso altar y le prometí que, al regresar a
Turín, haría todo lo posible para insinuar en
vuestros corazones la devoción a María. Y
encomendándome a Ella, he pedido estas gracias
especiales para vosotros.
-María, le dije: bendecid a toda nuestra casa,
alejad del corazón de nuestros muchachos hasta la
sombra del pecado. Sed guía de los estudiantes,
sed para ellos el asiento de la verdadera
sabiduría, que todos sean vuestros, siempre
vuestros, y tenedlos siempre por vuestros hijos;
conservadlos siempre entre vuestros devotos.
Creo que la Santísima Virgen me haya escuchado
y confío en que vosotros me ayudaréis para que
podamos corresponder a la voz de María, a la
gracia del Señor.
Que la Santísima Virgen María me bendiga a mí y
os bendiga a todos vosotros; que Ella desde el
cielo nos ayude mientras nosotros pondremos todo
nuestro esfuerzo para merecer su santa protección
en la vida y en la muerte. Así sea.
Desde el Santuario de Oropa, 6 de agosto, 1863.
Afectísimo
amigo en Jesucristo
JUAN BOSCO,
Pbro.
Don Bosco, según narra la crónica, visitó al
obispo de Biella, monseñor Losana, y regresó a
Turín, para salir de nuevo hacia Montemagno. Había
sido invitado para predicar allí un triduo
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preparación a la fiesta de la Asunción de María al
cielo. Llegó a Asti, donde le esperaban muchos, en
el primer tren de la mañana. Fue a visitar
enseguida al párroco de Santa María la Nueva,
donde tuvo que sentarse en el confesonario y
atender a un crecido número de penitentes. Fue,
luego, a casa de su amigo el señor Cerrato;
confesó a algunas personas antes de comer y a
continuación pronunció una conferencia de
propaganda de las Lecturas Católicas. Después de
comer le llamaron a una iglesia próxima, donde
también quisieron confesarse con él varias
personas. Don Bosco les atendió, sintiendo negarse
a continuar porque debía apresurarse para tomar el
coche, que partía a las tres para Montemagno. Pero
resultó que éste, después de haberle esperado un
rato, ya se había marchado. Iban a dar las cuatro.
Don Bosco había pagado ya su billete y le
esperaban sin falta
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