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>>-Como no conozco bien los juegos de aquí, me
caigo y me doy golpes en la cabeza, en los brazos
o en las piernas. Ayer corriendo me di de cara con
la de un compañero y los dos hemos sangrado por
las narices.
>>-íPobrecito! Vete con más cuidado y
moderación.
>>-Pero usted me asegura que el recreo agrada
al Señor y yo quisiera aprender bien todos los
juegos que hacen mis compañeros.
>>-No es así, querido; los juegos y ejercicios
deben aprenderse poco a poco, a medida que vayas
siendo capaz, y siempre de forma que sirvan de
entretenimiento, pero no de molestia al cuerpo.
>>La primera vez que entró en mi habitación
leyó un letrero con estas palabras: cada minuto de
tiempo es un tesoro.
>>-No entiendo, dijo con ansiedad, qué quieren
significar estas palabras. Cómo podemos ganar
nosotros un tesoro a cada minuto?
>>-Realmente es así. En cada minuto podemos
adquirir un conocimiento científico o religioso,
podemos practicar una virtud, hacer un acto de
amor de Dios y estas cosas son ante el Señor otros
tantos tesoros, que nos ayudan para el tiempo y
para la eternidad.
>>No dijo nada más, pero escribió sobre un
trozo de papel la frase y luego añadió: -He
entendido>>.
Ofrecemos sólo estas páginas para resaltar
((**It7.496**)) la
encantadora familiaridad de don Bosco con sus
alumnos. Para conocer las admirables virtudes de
Besucco remitimos a los lectores a la biografía
que de él escribió el mismo don Bosco.
Poseía en sumo grado el espíritu de oración y
acostumbraba arrodillarse en el mismo lugar donde
Domingo Savio oraba ante el altar de la Virgen
María. Como le prohibieron las penitencias
corporales, realizaba los trabajos más humildes de
la casa y prestaba a los compañeros toda suerte de
ayuda material y espiritual, inspirado por la
caridad. Al mismo tiempo, además de la
mortificación de los sentidos externos,
especialmente de los ojos, consideraba como
penitencia la diligencia en el estudio, la
atención en clase, la obediencia a los superiores,
el soportar las incomodidades de la vida, como el
calor, el frío, el viento, el hambre, la sed.
Formaban sus delicias los actos de adoración al
Santísimo Sacramento, la confesión y la comunión.
Su ardiente amor a Jesús Sacramentado era
consecuencia, como ya hemos referido muchas veces,
de las encendidas instrucciones de don Bosco y de
su celo para apartar cualquier obstáculo que
pudiese disminuir la frecuencia de los
sacramentos.
1 El pastorcito de los Alpes, por el presbítero
Juan Bosco, capítulo XX.
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