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El mismo narraba así su encuentro con don Bosco a
don Francisco Cerruti.
<>-Lleva un café a aquel sacerdote que está en
esa salita.
>>-Yo llevar el café a un sacerdote?, repliqué
al momento asombrado. Los curas eran entonces mal
vistos como ahora, más que ahora. Había oído y
leído cosas de todos los colores sobre ellos y,
por tanto, me había formado un concepto pésimo de
los sacerdotes.
>>Me acerqué a él con aire burlón:
>>-Qué quiere usted de mí, señor cura?, dije
duramente a don Bosco.
>>Y él, clavando en mí sus ojos:
>>-Deseo, amigo, que me sirvas una taza de
café, contestó amablemente; pero con una
condición.
>>-Cuál?
>>-Que me la traigas tú mismo.
>>Sus palabras y su mirada me cautivaron y dije
para mí:
>>-Este cura no es como los demás.
>>Le serví el café, una fuerza oculta me
retenía junto a él, que empezó a preguntarme,
siempre con gran amabilidad, dónde había nacido,
cuántos años tenía, cuáles eran mis ocupaciones y,
sobre todo, por qué me había marchado de casa.
Después me dijo:
>>-Quieres venir conmigo?
>>-Adónde?
>>-Al Oratorio de don Bosco. Este sitio y este
oficio no te van.
>>-Y cuando esté allí?
((**It7.491**)) >>-Si
te gusta, podrás estudiar.
>>-Pero usted me tratará bien?
>>-Imagina, allí se juega, se está alegre y uno
se divierte...
>>-Bueno, respondí: voy.
>>-Pero cuándo?
>>-Enseguida? Mañana?
>>-Esta tarde, añadió don Bosco.
>>Me despedí del dueño, que habría querido que
me quedase todavía unos días más, y yo, con mis
pocos enseres, fui aquella misma tarde al
Oratorio. A la mañana siguiente escribió don Bosco
a mis padres, para tranquilizarles sobre mi
persona e invitarles a visitarle para regular las
formalidades necesarias sobre su concurso en
cuanto a la comida y demás gastos. En efecto vino
mi madre, y después de haberla escuchado cuanto
expuso sobre las condiciones familiares, concluyó
don Bosco:
(**Es7.419**))
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