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vuelta de Roma, fue al Oratorio para enseñar el
catecismo a los jóvenes, pues era el más asiduo de
los catequistas. Don Bosco charló con él
pidiéndole noticias del Santo Padre. Al saber que
Su Santidad había hablado y pedido noticias de él,
lamentándose de que hacía ya dos meses que no le
había escrito ni una línea, le respondió don
Bosco:
-Cuándo volverá a Roma, señor Marqués?
-Dentro de quince días.
-Pues bien, yo prepararé una carta para el
Santo Padre.
En efecto, el Marqués volvió llevando una carta
de don Bosco a Pío IX. El Pontífice la abrió
enseguida y la leyó en presencia del Marqués.
Después exclamó, dando vueltas y más vueltas entre
sus manos a la carta.
-íQué me escribe don Bosco! íNo me esperaba
semejante carta!
Luego quedó pensativo, dobló el papel y no dijo
más.
El marqués de Scarampi, impresionado ante
aquella exclamación, apenas regresó de Roma, se
dirigió al Oratorio, expuso a don Bosco lo de la
carta presentada al Papa y el asombro manifestado
por Su Santidad al leerla; y añadió que, si la
pregunta no era indiscreta, tenía viva curiosidad
por saber el contenido de la carta.
Don Bosco respondió:
-Se lo digo enseguida. He escrito al Papa que
no se ilusione con estas apariencias de paz; que
se prepare para hacer el sacrificio de su Roma,
porque será presa de la revolución.
((**It7.479**)) Estas
palabras también fueron oídas por don Juan
Bautista Francesia y don Juan Cagliero; y llamaban
la atención por cuanto no parecía entonces
verosímil que los sectarios pudieran lograr sus
intentos.
El Papa estaba tranquilo en medio del afecto y
la veneración de los romanos y la afluencia de
millares de peregrinos que acudían a Roma. La
revolución había detenido su marcha. Los
acontecimientos de Italia dependían del Emperador
francés, que nunca manifestaba por entero sus
designios, pero que estaba indignado contra
Inglaterra, la cual, para contentar los deseos de
Italia, había declarado necesaria la desaparición
de las tropas francesas de Roma; y había ofrecido
Malta al Papa para su residencia, con promesa de
su generosa y espléndida hospitalidad. El Papa
estaba defendido por la presencia del ejército
imperial; y cuando visitaba las pocas provincias
que le habían quedado, se unía al entusiasmo de
los pueblos la escolta de la brillante oficialidad
francesa, que acompañaba la carroza. El periódico
France publicaba:
(**Es7.409**))
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