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pequeñas y tiernas virtudes, les hacen complacerse
tanto de sí mismos, que quedan como fascinados,
hacen propias sus opiniones y envidian a quienes
viven con usted.
-Esto no es un mal, replicó don Bosco; por otra
parte, si V.S.
quiere tener la bondad de leer esos libros con
atención, se persuadirá de que no se trata de
política. Si encontrase, en cambio, errores
gramaticales, ortográficos y de sentido, le doy
palabra de caballero, que eso lo corregiré todo.
Selmi no replicó a la agudeza de don Bosco. En
todas las acusaciones de aquellos señores siempre
entraba la bendita política, que, según ellos,
contenía serias cuestiones religiosas; mas, para
don Bosco, la política era simplemente política y
ésta en un país donde se proclamaba la libertad de
pensamiento y de opinión. En el Oratorio, sin
embargo, no se hacía caso de semejante conquista
moderna. Cada cual era libre de tener en política
una opinión u otra, con tal de que fuera admitida
((**It7.475**)) por la
Iglesia, pero a nadie le era permitido en casa
discutir o tratar de ello públicamente con los
muchachos. Fuera de casa, tocaba a tiempos y
lugares y a la prudencia, el sugerir cuándo tales
prescripciones debían modificarse, porque es
demasiado fácil, y más en épocas de partidos,
dejar escapar expresiones, que pueden dar pretexto
para pensar mal contra un Instituto entero a quien
forma parte del Gobierno.
Don Bosco, que unía una amable firmeza a una
suma prudencia, volvió al Oratorio después de su
visita a Selmi, y escribía:
Ilustrísimo Señor Delegado:
Doy gracias de todo corazón a V. S. Ilma. que
se dignó comunicarme claramente las cosas que,
puestas en la realidad, colocarían las escuelas de
nuestros pobres muchachos en contra de las
estructuras gubernativas. Yo creo que también
usted admite la sinceridad de mis observaciones y
que, por consiguiente, las divergencias, como
usted se complacía en expresarme, se reducirían a
cosas accidentales y que me parece no deben
ocasionar ninguna inquietud.
Sin embargo, deseando que usted comprenda bien
lo que yo decía de paso, en cuanto a sus estimadas
advertencias, le suplico me permita resumir aquí
en pocas líneas mi profesión de fe política.
Hace veintitrés años que estoy en Turín y
siempre he gastado mis pocos haberes y mis fuerzas
en las cárceles, en los hospitales, en las plazas,
en favor de los muchachos abandonados. Pero, ni en
la predicación ni en los escritos, que, desde
luego, todos han sido editados con mi nombre, ni
de ningún otro modo, quise jamás mezclarme en
política. Por esto la suscripción a periódicos de
cualquier color está prohibida sistemáticamente en
esta casa. Todo lo que se diga en contra, no son
más que habladurías sin sentido y faltas de
fundamento.
En cuanto a las cosas accidentales que me
señalaba, le diré:
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