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((**Es7.406**) pequeñas y tiernas virtudes, les hacen complacerse tanto de sí mismos, que quedan como fascinados, hacen propias sus opiniones y envidian a quienes viven con usted. -Esto no es un mal, replicó don Bosco; por otra parte, si V.S. quiere tener la bondad de leer esos libros con atención, se persuadirá de que no se trata de política. Si encontrase, en cambio, errores gramaticales, ortográficos y de sentido, le doy palabra de caballero, que eso lo corregiré todo. Selmi no replicó a la agudeza de don Bosco. En todas las acusaciones de aquellos señores siempre entraba la bendita política, que, según ellos, contenía serias cuestiones religiosas; mas, para don Bosco, la política era simplemente política y ésta en un país donde se proclamaba la libertad de pensamiento y de opinión. En el Oratorio, sin embargo, no se hacía caso de semejante conquista moderna. Cada cual era libre de tener en política una opinión u otra, con tal de que fuera admitida ((**It7.475**)) por la Iglesia, pero a nadie le era permitido en casa discutir o tratar de ello públicamente con los muchachos. Fuera de casa, tocaba a tiempos y lugares y a la prudencia, el sugerir cuándo tales prescripciones debían modificarse, porque es demasiado fácil, y más en épocas de partidos, dejar escapar expresiones, que pueden dar pretexto para pensar mal contra un Instituto entero a quien forma parte del Gobierno. Don Bosco, que unía una amable firmeza a una suma prudencia, volvió al Oratorio después de su visita a Selmi, y escribía: Ilustrísimo Señor Delegado: Doy gracias de todo corazón a V. S. Ilma. que se dignó comunicarme claramente las cosas que, puestas en la realidad, colocarían las escuelas de nuestros pobres muchachos en contra de las estructuras gubernativas. Yo creo que también usted admite la sinceridad de mis observaciones y que, por consiguiente, las divergencias, como usted se complacía en expresarme, se reducirían a cosas accidentales y que me parece no deben ocasionar ninguna inquietud. Sin embargo, deseando que usted comprenda bien lo que yo decía de paso, en cuanto a sus estimadas advertencias, le suplico me permita resumir aquí en pocas líneas mi profesión de fe política. Hace veintitrés años que estoy en Turín y siempre he gastado mis pocos haberes y mis fuerzas en las cárceles, en los hospitales, en las plazas, en favor de los muchachos abandonados. Pero, ni en la predicación ni en los escritos, que, desde luego, todos han sido editados con mi nombre, ni de ningún otro modo, quise jamás mezclarme en política. Por esto la suscripción a periódicos de cualquier color está prohibida sistemáticamente en esta casa. Todo lo que se diga en contra, no son más que habladurías sin sentido y faltas de fundamento. En cuanto a las cosas accidentales que me señalaba, le diré: (**Es7.406**))
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