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en otra ocasión caer de una silla y romperse la
cabeza; y por tanto aminoró, aunque no cesó, la
guerra injusta y vil al mismo tiempo, que sostenía
contra el Oratorio.
Al preguntar a don Bosco sobre los sucesos
referidos, se le oyó decir muchas veces:
-Dios es bueno, Dios es grande, Dios es
omnipotente. Permite con frecuencia las
tribulaciones para sacar el bien de ellas y
mostrar su misericordia y su poder. Los registros
nos trajeron graves disgustos, pero fueron de
utilidad, y el amargor se trocó en dulzura.
Así fue en realidad. Ante todo las autoridades
se mostraron menos obstinadas en sus sospechas y,
si no favorecieron siempre a don Bosco, al menos
le dejaron bastante libre para realizar el bien
según sus ideales.
Una ventaja que no debe pasarse en silencio es,
en verdad, el gran crédito que, a partir de
entonces, fue adquiriendo el Oratorio ante la
opinión pública. Los buenos, al verle maltratado,
al igual que a tantas otras renombradas y
excelentes instituciones, conservaron y aumentaron
la estima en que ya le tenían; y los malos y los
enemigos, al advertir que, pese al gran alboroto
organizado por la prensa y los minuciosos
registros realizados por el mismo Gobierno, en fin
de cuentas no se había encontrado nada
reprochable, depusieron la actitud que de buena o
mala fe habían adoptado contra él, y le
reconocieron merecedor de su simpatía.
De este modo, por la bondad divina, pudo don
Bosco continuar recogiendo millares de jovencitos,
que reconocían en él al hombre de Dios y también
al hombre de ciencia, al ((**It7.462**))
director de sus estudios, al creador de su feliz
porvenir.
Escribió el canónigo Ballesio, haciéndose eco
de todos sus compañeros:
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