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querer cambiar de lugar y apartarse un poco de don
Bosco, tropezó con el pie en la pequeña alfombra
y, de milagro, no cayó.
Salió Gatti, ocupó su lugar el inspector y don
Bosco, invitado por el señor Ministro, tomó la
palabra.
-Excelencia, le agradezco el permiso que me da
para hablar. Yo no pretendo acusar a nadie, sino
defender mi causa y la de mis muchachos. Estos
fueron interrogados indiscretamente, fueron
torturados con preguntas insidiosas, con indignas
insinuaciones contra sus superiores y con palabras
que es mejor callar. Una investigación así va
contra la Constitución, contra la misma honradez
natural y, de ser conocida, excitaría la pública
reprobación. Añado algo más y es: el señor
Inspector, delante de mí y ((**It7.452**)) de
otras personas del Centro, confesó que nuestras
escuelas podrían proponerse como modelos de
estudio, de moralidad y de disciplina, y que no
había encontrado nada que desmereciese; más aún,
añadió que sería de desear que las escuelas
públicas funcionasen como las nuestras; y luego,
aquí delante de vuestra Excelencia, afirma todo lo
contrario. Dice que en mi instituto no se
encuentra el retrato del Soberano, cuando
contempló tres, en tres aulas distintas.
-Sí, pero son fotografías feísimas, replicó el
profesor.
-Si son feas, añadió don Bosco, no es por mi
culpa, sino por la del que las grabó o pintó; si
fuesen más bonitas también a mí me gustarían más.
Pero hay una cosa que no puede complacer a ninguno
y es esconder la verdad y tergiversar los hechos
ante las autoridades públicas, con daño para quien
consagra su propia vida al alivio de las miserias
humanas, y sobre todo en favor de la juventud
abandonada. Esta es una conjuración contra la
verdad y la justicia, una opresión de la
inocencia, un engaño al Estado.
Por la franqueza con que hablaba don Bosco y
las contradicciones y sofismas de los relatores,
el Ministro no tardó en comprender de qué lado
estaba la razón, y dijo:
-íBasta, basta ya! Todo lo he comprendido. He
visto que fueron violadas mis órdenes y que encima
se me quería engañar. Esto de ningún modo. Usted,
señor profesor, vaya a su despacho; hablaremos en
otro momento.
Cuando salió el Inspector, el señor Ministro
siguió dialogando con don Bosco y dijo:
-No creía estar tan mal servido. Además, me
vale de norma para saber quiénes me rodean. Pero,
cambiando de tema, dígame don Bosco, en qué se
fundan todas esas habladurías tan desfavorables
que corren contra usted y su Instituto? Cualquier
secreto, cualquier
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