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inspector se iba artificiosamente por los cerros
de Ubeda, sin responder a tono.
-En cuanto a ello, don Bosco ha sonsacado un
decreto de aprobación al Delegado Real, el cual
tolera por este año aquellas escuelas. Así que,
por cuanto atañe a la ley, no tengo nada que
replicar.
-Estamos en relación, dijo entonces el señor
Gatti, con el Delegado Real, y parece que el
decreto por el que autorizó a don Bosco, no sea
legal.
-Si sólo parece que no sea legal, quiere decir
que todavía no se ha decidido que no lo sea, y
mientras la cuestión está pendiente no debemos
molestar a nadie. Mas don Bosco se ha lamentado de
que se hicieron a sus muchachos preguntas
indiscretas o inoportunas y esto me desagrada.
-Vuestra Excelencia tendrá ocasión de
convencerse de que eso no es cierto, añadió el
inspector.
-Aquí tenemos al mismo don Bosco, agregó el
Ministro; dejémosle hablar y así se pondrá en
claro la verdad; pero, ay de los embusteros,
repitió con energía, ay de los impostores; jamás
toleraré que me engañen.
Puede cada cual imaginar la turbación del
inspector y de Gatti, cuando advirtieron la
presencia de don Bosco y ((**It7.451**)) oyeron
las resueltas palabras del señor Ministro. No es
hipérbole decir que el primero se puso rojo como
la grana, por la vergüenza de haberse mostrado
como hombre de dos caras por su propia boca, al
poner por la nubes las escuelas del Oratorio en
presencia de don Bosco y sus maestros y cubrirlas
luego de infamia ante el Ministro. Y que al
segundo le acometieron los escalofríos de la
fiebre, por miedo a que se descubriesen sus
truhanerías contra el Oratorio y tantos otros
centros similares. El hecho es que Gatti, no
pudiendo aguantar aquel inesperado encuentro,
pidió salir un momento, so pretexto de despachar
asuntos urgentes y no apareció más, dejando sólo
en el apuro a su compañero.
Y aquí acaeció un episodio que queremos
recordar para mostrar lo poco que cuesta al Señor
humillar a un hombre soberbio, aunque sea
poderoso. Fue tal la confusión que en aquel
instante invadió al pobre Gatti, que, al salir de
la sala, equivocó la dirección y, en lugar de
abrir la puerta, abrió un armario. Ante este hecho
sonrió el Ministro y dijo:
-Despacio, despacio, caballero, que eso es un
armario; vuelva atrás.
Y, levantándose, fue él mismo a abrirle la
puerta. El profesor, al
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