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todos pueden comprender que resultaría demasiado
pesado referirlas. Esto no obstante nos lo
recuerda una carta escrita a don Bosco, en los
primeros días de mayo, por un canónigo de Niza,
quizá el mismo que en 1858 debía hospedarle,
cuando había pensado volver a Roma. Don Bosco le
había recomendado al conde de CiriŠ1.
((**It7.435**)) Otra
virtud de don Bosco, nunca suficientemente
señalada, era su calma al tratar asuntos
materiales. Ya hemos publicado bastantes cartas
escritas por él, que confirman lo que decimos.
Esta calma no se alteraba, ni siquiera cuando
herían o defraudaban sus intereses, ni tampoco
cuando le desilusionaban con la espera de un
tiempo señalado para un remuneración, aun cuando
se encontrase en serios apuros económicos. Su
corazón no sentía el menor apego al dinero, pese a
que no dejara de hacer valer su justo derecho,
cuando se lo imponía la justicia. Esta justicia
tendía siempre a impedir un daño para sus
internados. Sin embargo, cada año se amontonaban
sumas incobrables de pensiones reducidas al
mínimo, que no eran pagadas por los padres o
tutores, frecuentemente por desgracias
sobrevenidas a la familias y también por mala
voluntad. No obstante, los internos de buena
conducta no eran enviados a sus casas.
Consentía a veces en aceptar alumnos de
instituciones y asociaciones civiles o benéficas
que, de otro modo, habrían quedado abandonados,
aun previendo tratos enojosos, negativas de pagos,
peticiones
1 Distinguido y amabilísimo Señor mío:
Le agradezco de todo corazón haberme dado la
preciosa ocasión de conocer al señor conde de
CiriŠ. No podía haberme recomendado V. S. un
personaje más completo en todos los aspectos y mas
digno de respeto. Siento, sin embargo, muchísimo
tener que ausentarme por cuarenta días de Niza, lo
que me impide tener el placer y el honor de ser
útil durante ese intervalo al mencionado Conde.
Trataré, no obstante, de compensarlo a mi regreso,
ya que pienso estará a nuestro lado algunos meses.
Entre demócratas, como nosotros, no debe haber
misterios. El 20 del corriente, bajo los auspicios
de la mística estrella del mar, zarparé otra vez
de este puerto hacia la ciudad eterna. Apenas si
hace diez neses que dejé Roma y el corazón me pide
volver de nuevo. Me parece que ha pasado un siglo
sin ver al Santo Padre y ya me tarda la hora de
deleitarme con la dulcísima presencia de tan gran
Pontífice. Cuando me postre a sus pies santísimos,
imploraré una bendición especial para usted y para
su casa, que tanto estimo y amo.
Mil gracias por la estampa de san José, que
conservo como precioso recuerdo de V.S.
queridísima.
Le ruego acepte a cambio la imagen de la
Dolorosa, que le presento juntamente con los
sentimientos más sinceros de mi perfecta adhesión
y afecto, profesandome en el Señor.
Niza, 4 del mes mariano, 1863.
Su
íntimo amigo
C.°
BARRAJA, Prot. Apost.
P.S. Y por qué no podría tomarse unos días de
vacación el próximo julio y venir a Niza a casa
Barraja?.
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