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curación temporal de nuestro amantísimo Padre y de
cargarse con su mal. Es muy amigo mío, y al verle
de cuando en cuando delicado de salud, hablé de él
una vez a don Bosco, y entre otras cosas le dije:
>>-Temo que usted no atienda a este joven y lo
pierda pronto.
Joven como es, y ya tan endeble de salud, no puede
durar mucho.
>>Aquel mismo día por la tarde animaba yo a mi
apreciado amigo, y él me dijo:
>>-Mañana estaré curado, me lo dijo don Bosco.
>>-Y así fue; al día siguiente asistió a clase
y fue a comer con todos, a pesar de que el día
anterior apenas si podía tolerar el café. Quedé
maravillado de ello, ya que conocía, más de cerca
que los otros compañeros, su pésimo estado de
salud. No sospechaba yo todavía que él estuviese
enfermo con el mal de don Bosco, cuando una tarde,
hallándome con don Bosco en su habitación y
habiéndole preguntado cómo se encontraba de salud
(pues el día anterior estaba muy fastidiado) me
respondió que se sentía mejor y añadió:
>>-Está N. N. que se carga con mi mal.
>>Entonces comencé a entender un poco mejor los
repentinos cambios de salud de uno y de otro y me
convencí de que Dios se complace a veces en jugar
con las almas que le quieren>>.
Don Juan Francesia da fe de un hecho semejante.
Una mañana padecía don Bosco de los ojos y poco
después de comer estaba totalmente sano. Le
preguntamos la causa de tan ((**It7.415**))
repentina curación y respondió que su mal había
ido a parar a los ojos de otro, que había rogado
al Señor se lo pasase a él para aliviar a don
Bosco.
Don Antonio Sala quiso tener una prueba de tan
singular fenómeno. Nos contó muchas veces lo que
le sucedió a él mismo. Se encontraba en Roma con
don Bosco, el cual debía dar una conferencia,
cierta mañana. Pero, víctima de un violentísimo
dolor de cabeza, se sentía tan abatido que no se
atrevía a salir de casa. Debía tratar asuntos
sumamente importantes, y al verle don Antonio Sala
en aquel estado le dijo:
-Don Bosco, si bastara rezar al Señor para que
me traspasara a mí su dolor, yo lo aceptaría
gustoso, con tal de que usted quedara libre.
-Pobre de ti, respondió don Bosco; bueno, te
cedo mi malestar hasta que concluya la
conferencia.
Don Bosco salió de casa y don Antonio comenzó a
padecer un atroz dolor de cabeza, que no cesó
hasta el regreso de don Bosco. Lo mismo les
sucedió varias veces a otros.
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