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((**Es7.35**) no contradecía jamás sus sentimientos altaneros, sino que, de muy delicada manera, les expresaba la conveniencia de un recurso suyo que sugería, remitiéndose desde luego al talento de quien le había preguntado. A veces, por pareceres contrarios sobre la rectitud de una idea o de un hecho, alguno molestaba con su insolencia y don Bosco, preguntado después por qué se había mostrado tan paciente frente a aquellas osadías, muchas veces respondió: -A éstos hay que tratarlos como a enfermos. Solamente le resultaba difícil contenerse cuando se trataba del honor de Dios. En efecto, el 21 de febrero de 1863, contaba él a sus alumnos un hecho que le había sucedido dos días antes: -Se presentó en mi habitación un individo que, no pudiendo obtener lo que deseaba, comenzó a blasfemar de un modo espantoso. Yo, que le había aguantado hasta aquel momento, ante semejantes blasfemias no pude contenerme. Me acerqué a la estufa, tomé las tenazas y agarrando por la ropa al blasfemo: -íSalga inmediatamente de aquí, grité; de lo contrario le doy una lección! -Discúlpeme, continuó aquel hombre, si he empleado alguna expresión vulgar. -No valen excusas: no tolero un demonio semejante en mi habitación. Este no es el modo de tratar a Dios. -Y empujándole le eché fuera. Cuando oigo blasfemar, especialmente cuando acompañan al santo nombre de Dios con cualquier epíteto irreverente, entonces salgo de mis casillas, y si ((**It7.28**)) no fuese por la gracia de Dios que me detiene, pasaría a ciertos actos de los que tal vez tendría después que arrepentirme. Fuera de este único y excepcional caso no permitía que nadie marchase de su lado desconsolado. Después de haber dado plena satisfacción a su interlocutor, según su habitual cortesía, le acompañaba hasta la puerta. Su afabilidad y benignidad se transparentaban tan refulgentemente en su persona que muchos, después de haberle hablado o de haberle visto solamente unos instantes, confesaban que, si hubieran debido figurarse la personalidad y bondad del Divino Salvador, se habrían imaginado, con la debida proporción y reverencia, el porte de don Bosco. <(**Es7.35**))
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