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no contradecía jamás sus sentimientos altaneros,
sino que, de muy delicada manera, les expresaba la
conveniencia de un recurso suyo que sugería,
remitiéndose desde luego al talento de quien le
había preguntado.
A veces, por pareceres contrarios sobre la
rectitud de una idea o de un hecho, alguno
molestaba con su insolencia y don Bosco,
preguntado después por qué se había mostrado tan
paciente frente a aquellas osadías, muchas veces
respondió:
-A éstos hay que tratarlos como a enfermos.
Solamente le resultaba difícil contenerse
cuando se trataba del honor de Dios. En efecto, el
21 de febrero de 1863, contaba él a sus alumnos un
hecho que le había sucedido dos días antes:
-Se presentó en mi habitación un individo que,
no pudiendo obtener lo que deseaba, comenzó a
blasfemar de un modo espantoso. Yo, que le había
aguantado hasta aquel momento, ante semejantes
blasfemias no pude contenerme. Me acerqué a la
estufa, tomé las tenazas y agarrando por la ropa
al blasfemo:
-íSalga inmediatamente de aquí, grité; de lo
contrario le doy una lección!
-Discúlpeme, continuó aquel hombre, si he
empleado alguna expresión vulgar.
-No valen excusas: no tolero un demonio
semejante en mi habitación. Este no es el modo de
tratar a Dios.
-Y empujándole le eché fuera. Cuando oigo
blasfemar, especialmente cuando acompañan al santo
nombre de Dios con cualquier epíteto irreverente,
entonces salgo de mis casillas, y si ((**It7.28**)) no fuese
por la gracia de Dios que me detiene, pasaría a
ciertos actos de los que tal vez tendría después
que arrepentirme.
Fuera de este único y excepcional caso no
permitía que nadie marchase de su lado
desconsolado. Después de haber dado plena
satisfacción a su interlocutor, según su habitual
cortesía, le acompañaba hasta la puerta. Su
afabilidad y benignidad se transparentaban tan
refulgentemente en su persona que muchos, después
de haberle hablado o de haberle visto solamente
unos instantes, confesaban que, si hubieran debido
figurarse la personalidad y bondad del Divino
Salvador, se habrían imaginado, con la debida
proporción y reverencia, el porte de don Bosco.
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