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A este envío de libros iba unida la tarjeta de
un apreciado amigo suyo.
Muy Reverendo Señor:
Ruégole acepte esta pequeña muestra de la
veneración y aprecio que a V.S. profeso.
Le suplico, a título de gracia, que rece por mí
una Avemaría a María Santísima, sede y maestra de
la verdadera sabiduría.
Créame con cordial afecto.
De V. Rvda. S.
Roma, Col. Rom., 21 de marzo, 1863.
Su seguro
servidor
ANTONlO ANGELINI
P. de la
Compañía de Jesús.
NB. Con dos paquetes de libros y los saludos de
Protasi.
El marqués de Landi había presentado al Santo
Padre la carta de don Bosco, con caligrafía de
Juan Cagliero, en la cual ((**It7.386**)) resalta
la profunda veneración, el afecto filial, la
intimidad con el Vicario de Jesucristo y, al mismo
tiempo, el vivísimo sentimiento de su pertenencia
a la Iglesia, cuya vida, dolores y triunfos eran
suyos.
Beatísimo Padre:
Dígnese Vuestra Santidad usar su acostumbrada
bondad permitiendo que este pobre, pero muy devoto
hijo de la santa madre Iglesia, tenga, por medio
del fervoroso católico marqués de Landi, la
gratísima satisfacción de postrarse a sus sagrados
pies y expresar los filiales afectos de su
corazón.
Ante todo presento mis más vivas muestras de
agradecimiento, junto con las de mis ayudantes y
numerosos jovencitos, por los muchos favores
espirituales que en diversas circunstancias nos ha
concedido. Estos nos sirvieron de poderoso
estímulo para esmerarnos en corresponder, con
oraciones y esfuerzos, a promover, dentro de
nuestra poquedad, la gloria de Dios y el bien de
las almas.
Los asuntos de la religión y sus sagrados
ministros se vieron expuestos, de dos años acá, a
serias pruebas en nuestro país, ya sea por los
acostumbrados sobornos de los protestantes, ya sea
por las amenazas y también las opresiones de la
autoridad, ya sea por el extravío de muchos de los
puestos por Dios para custodia de la casa del
Señor. A esto se agrega la enseñanza acatólica de
la juventud en las escuelas primarias y
secundarias; lo cual ha producido dos tristísimas
consecuencias: contribuyó a la insensatez de leer
escritos seductores e irreligiosos y a rechazar lo
que es fundamental en la religión, y como
consecuencia una sensibilísima disminución de las
vocaciones eclesiásticas y religiosas y el
escarnio de aquéllos que se sienten llamados a
ella. Los periódicos y libros impíos siguieron
editándose, multiplicándose, difundiéndose aunque
con mucho menos éxito para los enemigos de la
religión. Esto se consiguió con el aumento de
periódicos y libros buenos y con la mayor
solicitud de los católicos para promover la buena
prensa y propagarla.
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