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apuros económicos, al ver su continuo afán de
agrandar el Oratorio y sus demás obras, si alguna
vez habían pensado que se aventuraba demasiado,
viéndose obligado a desistir por falta de medios,
ahora no sabían qué decir.
Muchos personajes de la ciudad, hasta
eclesiásticos, le creyeron temerario al emprender
siempre nuevas obras, y alguno le escribió:
-Mientras usted viva, con su fama sostendrá sus
obras, mas cuando el Señor le llame a la otra
vida, éstas se vendrán abajo o quedarán sin
acabar.
Pero otro gran número de personas tenía
confianza ciega en las palabras de don Bosco.
Entre ellos estaba el profesor de retórica don
Mateo Picco, el cual le conocía íntimamente y
profesaba al siervo de Dios un gran aprecio y le
consideraba un hombre extraordinario. Se
maravillaba sobre todo al verle salir a flote en
asuntos que parecían imposibles. Por esto, cuando
oía a don Bosco manifestar alguno de sus grandes
proyectos, por ejemplo el de la nueva iglesia,
solía exclamar:
-Es posible?... Pero si don Bosco lo dice, así
será.
Y así debía ser, porque su obra era obra de
Dios y porque, como le dijo a don Miguel Rúa el
cardenal Agostini, Patriarca de Venecia, Dios no
acostumbra realizar obras grandiosas si no es a
través de sus santos.
En tanto los Rosminianos se habían determinado
a vender su ((**It7.381**)) parcela
de Valdocco, porque, no sólo no les proporcionaba
provecho alguno, sino que debían pagar la
contribución. Publicaron el precio de venta, mas
como era un poco elevado, no se presentó ningún
comprador. Sin embargo, su procurador y algunos
otros habían decidido no ceder nunca la propiedad
en favor de don Bosco, hacia el cual conservaban
cierta frialdad, por no haberse plegado don Angel
Savio a sus propuestas.
Entonces don Bosco se sirvió del señor
Francisco Tortone, su insigne amigo, quien llevó a
cabo los trámites como si él quisiera comprarlo,
pero en realidad lo hacía para cederlo a don
Bosco. El mismo fijó el precio y las condiciones a
su gusto y los otros consintieron. Llegó el día
del contrato. El señor Tortone y el delegado de
los Rosminianos se presentaron en el despacho del
notario Turvano. De improviso apareció don Bosco.
Entonces el delegado protestó que no era con don
Bosco con quien él había entendido tratar; más
aún, que el propietario se oponía a la venta del
terreno, si se trataba de don Bosco.
El señor Tortone dijo:
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