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propuesta. Después, tenía la costumbre de levantar
sus ojos al cielo, como quien busca en Dios las
luces necesarias. Muchas veces seguía hablando de
cosas menos importantes mientras examinaba con su
mente todas las partes de la cuestión y luego,
volviendo al punto principal, daba la respuesta
que le parecía más conforme para la gloria de Dios
y el bien de las almas.
Otras veces, si se trataba de dudas
intrincadas, no se fiaba del todo de sí mismo y se
reservaba el responder hasta después de unos días,
recomendando al interesado que le ayudara con la
oración. Entre tanto, consultaba autores o
recurría a hombres competentes en la materia o
también dirigía a sus visitantes a uno u otro de
éstos y frecuentemente al célebre moralista, el
teólogo Bertagna, a fin de que expusieran a
aquellos intelectuales sus dudas. Pero
difícilmente era reformado su parecer.
A veces, ante cuestiones que tenían relación
con las leyes civiles, mandaba a don Miguel Rúa a
consultar a doctos abogados y también a
eclesiásticos. Este, que fue testigo continuo de
cuanto realizaba don Bosco, nos aseguró por
escrito:
<((**It7.23**)) contar
la cantidad de personas que me afirmaron haber
sido consoladas, animadas en sus aflicciones,
socorridas en sus dificultades y apuros, gracias a
su eximia prudencia.
>>A menudo, hablaba sin rodeos y con rapidez
como persona que manifestase el querer divino. Sus
consejos, si bien parecían contrarios a los
criterios humanos, no obstante, aceptados y
practicados, conseguían poner en paz las
conciencias, daban fin a molestos pleitos,
llevaban comprensión a las familias, guiaban por
la senda segura a personas dudosas de su vocación.
Por el contrario, he visto a algunos que, no
queriendo admitir sus decisiones, tuvieron que
sufrir después graves consecuencias. Ellos mismos
me confesaron que se habían equivocado, y que el
asunto hubiese tenido aquella vez mejor resultado,
si hubieran hecho lo sugerido por don Bosco. Con
todo, la mayor parte de la gente, segura de oír de
él una palabra sincera, recibía sus decisiones
como oráculos>>.
Llegó al Oratorio una señora, totalmente
desconocida, para hablar con don Bosco: estuvo a
la puerta de su despacho más de dos horas
esperando. Cuando logró hablarle, narróle sus
penas y sus angustias, preguntándole si podía
estar tranquila ante Dios. Don Bosco le respondió
que marchase tranquila, sin temor alguno. No
obstante, la señora no parecía satisfecha; pero
don Bosco añadió:
-Quiere usted la voluntad de Dios o la
suya?(**Es7.31**))
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