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Salí poco después bajo los pórticos, mientras
vosotros reanudabais en el patio vuestros juegos.
El elefante, al salir de la iglesia, se dirigió al
segundo patio, alrededor del cual están los
edificios en obra. Tened presente esta
circunstancia, pues en aquel patio tuvo lugar la
escena desagradable que voy a contaros ahora.
((**It7.358**)) De
pronto vi aparecer al final del patio un
estandarte en el que se leía escrito con
carácteres cubitales: Sancta María, succurre
miseris. (Santa María, socorre a los
desgraciados.)
Los jóvenes formaban detrás procesionalmente.
Cuando de repente, y sin que nadie lo esperara, vi
al elefante que al principio parecía tan manso,
arrojarse contra los circunstantes dando furiosos
bramidos y agarrando con la trompa a los que
estaban más próximos a él, los levantaba en alto,
los arrojaba al suelo, pisoteándolos y haciendo un
estrago horrible. Mas a pesar de ello, los que
habían sido maltratados de esta manera no morían,
sino que quedaban en estado de poder sanar de las
heridas espantosas que les produjeran las
acometidas de la bestia.
Las dispersión fue entonces general: unos
gritaban; otros lloraban; algunos, al verse
heridos, pedían auxilio a los compañeros,
mientras, cosa verdaderamente incalificable,
ciertos jóvenes a los que la bestia no había hecho
daño alguno, en lugar de ayudar y socorrer a los
heridos, hacían un pacto con el elefante para
proporcionarle nuevas víctimas.
Mientras sucedían estas cosas (yo me encontraba
en el segundo arco del pórtico junto a la fuente)
aquella estatuita que veis allá (don Bosco
indicaba la estatua de la Santísima Virgen) se
animó y aumentó de tamaño; se convirtió en una
persona de elevada estatura, levantó los brazos y
abrió el manto, en el cual se veían bordadas, con
exquisito arte, numerosas inscripciones. El manto
alcanzó tales proporciones que llegó a cubrir a
todos los que acudían a guarecerse bajo él: allí
todos se encontraban seguros. Los primeros en
acudir a tal refugio fueron los jóvenes mejores,
que formaban un grupo escogido. Pero al ver la
Santísima Virgen que muchos no se apresuraban a
acudir a Ella, gritaba en alta voz:
-Venite ad me ommes! (iVenid todos a mí!).
Y he aquí que la muchedumbre de los jóvenes
seguía afluyendo al amparo de aquel manto, que se
extendía cada vez más y más.
Algunos, en cambio, en vez de refugiarse en él,
corrían de una parte a otra, resultando heridos
antes de ponerse en seguro. La Santísima Virgen,
angustiada, con el rostro encendido, continuaba
gritando, pero cada vez eran menos los que acudían
a Ella.
El elefante proseguía causando estragos, y
algunos jóvenes, manejando una y dos espadas,
situándose a una y otra parte, dificultaban a los
compañeros, que aún se encontraban en el patio,
que acudiesen a María, amenazando e hiriendo. A
los de las espadas el elefante no les molestaba lo
más mínimo.
Algunos de los muchachos que se habían
refugiado cerca de la Virgen, animados por Ella,
comenzaron a hacer frecuentes correrías; y en sus
salidas conseguían arrebatar al elefante alguna
presa, y transportaban al herido bajo el manto de
la estatua misteriosa, quedando los tales
inmediatamente sanos. Después, los emisarios de
María volvían a emprender nuevas conquistas.
Varios de ellos, armados con palos, alejaban a la
bestia de sus víctimas, manteniendo a raya a los
cómplices de la misma. Y no cesaron en su empeño,
aun a costa de la propia vida, consiguiendo poner
a salvo a casi todos.
El patio aparecía ya desierto. Algunos
muchachos estaban tendidos en el suelo, casi
muertos. Hacia una parte, junto a los pórticos, se
veía una multitud de jóvenes
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