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dolores de vientre y se le hinchó el cuello.
Llamóse al médico, hízose cuanto la ciencia
sugiere, pero el mal avanzaba a grandes pasos, de
manera que el mismo doctor afirmó que no había
tiempo que perder para administrarle los
sacramentos. El enfermero avisó rápidamente al
enfermo para que se preparase, pero el pobrecito,
sintiéndose morir, arrepentido de la conducta
tenida hasta entonces, pidió confesarse.
-Voy a llamar a don Víctor Alasonatti?,
preguntó el que le asistía.
-No, respondió Alberto; quiero que venga don
Bosco.
Algunos corrieron en su busca por toda la casa,
mientras él seguía repitiendo:
-íQue venga don Bosco, que venga don Bosco...!
Grande fue su consternación cuando le
comunicaron que don Bosco estaba fuera de Turín.
Lanzó un grito de amargo dolor, rompió a llorar,
acordándose de lo que don Bosco había predicho un
mes antes, y exclamó:
-Estoy perdido; muero sin poder ver a don
Bosco. Yo siempre huía de su vista, tenía
repugnancia de hablar con él y Dios me castiga.
Pidió entonces otro sacerdote.
Félix G... corrió entonces a llamar a don
Miguel Rúa que acudió enseguida y Alberto se
confesó con él con viva contrición. Avisaron
también a don Víctor Alasonatti, que se plantó en
la enfermería.
Una vez arregladas las cosas de su alma,
Alberto se dirigió a los dos superiores que
estaban a los lados de la cama y lamentándose
añadió:
-Digan a don Bosco que muero arrepentido,
díganle que no merezco su perdón, pero espero que
me lo concederá, como confío en el de la
misericordia de Dios. Muero arrepentido. Pido
perdón a todos...
Hacia las once y media se le administró el
santo Viático y recibió ((**It7.351**)) los
santos óleos y la bendición papal de un modo
edificante.
El compañero que en tanto había ido de un lado
para otro llamando a los demás, se quedó parado en
el pasillo y, de cuando en cuando, asomaba la
cabeza a la puerta, para ver lo que ocurría y cómo
seguía el compañero. Alberto le vió y le llamó:
-íFélix, pasa!
Félix entró y se puso a los pies de la cama. El
tono de voz del moribundo expresaba reproche. Y
continuó:
-Culpa tuya es, si yo muero sin ver a don
Bosco. Te perdono lo
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