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temprano a clase con el capellán de Morialdo y
hacía los deberes por la noche.
José recordaba, además, las escuelas de
Castelnuovo, el colegio y el Seminario de Chieri,
pero ocultaba los grandes sacrificios, realizados
por él mismo, para que don Bosco llegase a ser
sacerdote.
Estaban ávidos los alumnos de aquellas
narraciones, siempre instructivas, pero podían
disfrutar de ellas pocas veces, porque José
solamente iba al Oratorio en dos o tres ocasiones
al año y por pocos días. El trabajo y los
múltiples quehaceres le tenían atado en Morialdo.
Era considerado en Castelnuovo y sus alrededores
como hombre de singular talento, virtud y
generosidad sin igual. En consecuencia le
presentaban los más difíciles y complicados
pleitos, que se arreglaban amigablemente según su
dictamen, pues todos se rendían sin replicar a su
decisión. Cuando alguien estaba agobiado por las
deudas, si él podía, satisfacía al acreedor, por
lo que era muy querido de todos y reputado como el
ángel consolador de las familias. La educación
cristiana recibida de su madre había hecho
germinar en su corazón las más amables virtudes.
El no vivía para las cosas de la tierra, sino que
suspiraba por las riquezas del paraíso. Se puede
decir que había previsto su muerte. Un día del mes
de noviembre apareció inesperadamente en el
Oratorio. Tenía en Turín alguna pequeña cuenta que
liquidar y la pagó; aquel mismo día quiso
confesarse y comulgar.
-Mas por qué, le dijo don Bosco, has venido en
este tiempo en el que no acostumbras alejarte de
casa?
-Porque, contestó José, sentía un gran deseo
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saldar todas mis deudas y de confesarme. Me
parece... me parece... que una voz me dice que me
dé prisa.
Don Bosco quiso retenerlo consigo unos días,
pero él se empeñó en marchar. Sin embargo, poco
tiempo después, regresó:
-De nuevo estás aquí?, exclamó don Bosco al
verle; ocurre algo en casa?
-No; he venido para pedirte un consejo. Ya
sabes que me hice fiador de fulano: ahora me viene
una duda. Si vivo no me retracto; estoy pronto a
pagar y pagaré: pero y si muriese?
-Si mueres, todo está acabado, observó don
Bosco sonriendo;
pague el que queda.
-Pero yo no querría que perdiese el acreedor,
después de haber confiado en mi palabra.
-En cuanto a eso descansa tranquilo. Si tú no
pudieras pagar, saldría yo fiador.
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