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((**Es7.290**) las mesas para un magnífico banquete, que debía ser alegrado con música y espléndidas fiestas. Emprendieron todos el camino. La subida era escarpada y pesada, se encontraron diversos obstáculos a veces difíciles de superar y a veces molestos para quien ya iba cansado, de modo que a un cierto punto todos se sentaron. También don Bosco se sentó y, después de arengar a sus acompañantes para animarles a proseguir la subida, se levantó y prosiguió la marcha a paso ligero. Mas, a poco, se volvió para mirar a sus seguidores y observó que todos se habían vuelto atrás y se había quedado solo. Descendió al momento del monte y fué a buscarse otros compañeros. Los encontró, los guió hacia aquellas alturas, a veces abruptas, y de nuevo desaparecieron todos. -Entonces, dijo don Bosco, yo pensé: sin embargo debo llegar hasta arriba y no solo, sino acompañado de muchos otros... Esa es mi meta... Es mi misión... Y cómo haré para cumplirla?... íYa lo entiendo! Los primeros fueron seguidores piadosos, virtuosos, con buena voluntad, pero no probados y según mi espíritu, no acostumbrados a superar las sendas difíciles, no vinculados entre sí y conmigo, con lazos especiales... Y por esto me abandonaron. Mas yo remediaré el fallo. ((**It7.337**)) Fué demasiado amargo mi desengaño... Veo lo que debo hacer... No puedo contar más que con los que yo mismo haya formado. Por tanto, volveré a la falda del monte, reuniré a muchos niños, haré que me quieran, les adiestraré a aguantar con entusiasmo pruebas y sacrificios. Me obedecerán de buena gana... Subiremos juntos al monte del Señor. Y volviéndose de repente a los congregados, les dijo que había puesto en ellos sus esperanzas, y, durante una larga hora, les animó fogosamente a ser fieles a su vocación, en vista de las gracias sin número que la Virgen les concedería y del premio seguro que el Señor les tenía preparado. Entre los muchos que habían respondido hacía tiempo con santo entusiasmo a la llamada de don Bosco se hallaba el diácono José Bongiovanni, promotor de la Compañía de la Inmaculada, fundador y presidente de la Compañía del Santísimo Sacramento y del Clero Infantil, que debía ordenarse de sacerdote en las próximas témporas, el 20 de diciembre. Aquel año había un retraso para Bongiovanni y otros clérigos por parte del Ministerio de Cultos que tardaba en conceder el Placet regio, por lo que don Bosco escribía al canónigo Vogliotti: (**Es7.290**))
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