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las mesas para un magnífico banquete, que debía
ser alegrado con música y espléndidas fiestas.
Emprendieron todos el camino. La subida era
escarpada y pesada, se encontraron diversos
obstáculos a veces difíciles de superar y a veces
molestos para quien ya iba cansado, de modo que a
un cierto punto todos se sentaron. También don
Bosco se sentó y, después de arengar a sus
acompañantes para animarles a proseguir la subida,
se levantó y prosiguió la marcha a paso ligero.
Mas, a poco, se volvió para mirar a sus seguidores
y observó que todos se habían vuelto atrás y se
había quedado solo. Descendió al momento del monte
y fué a buscarse otros compañeros. Los encontró,
los guió hacia aquellas alturas, a veces abruptas,
y de nuevo desaparecieron todos.
-Entonces, dijo don Bosco, yo pensé: sin
embargo debo llegar hasta arriba y no solo, sino
acompañado de muchos otros... Esa es mi meta... Es
mi misión... Y cómo haré para cumplirla?... íYa lo
entiendo! Los primeros fueron seguidores piadosos,
virtuosos, con buena voluntad, pero no probados y
según mi espíritu, no acostumbrados a superar las
sendas difíciles, no vinculados entre sí y
conmigo, con lazos especiales... Y por esto me
abandonaron. Mas yo remediaré el fallo. ((**It7.337**)) Fué
demasiado amargo mi desengaño... Veo lo que debo
hacer... No puedo contar más que con los que yo
mismo haya formado. Por tanto, volveré a la falda
del monte, reuniré a muchos niños, haré que me
quieran, les adiestraré a aguantar con entusiasmo
pruebas y sacrificios. Me obedecerán de buena
gana... Subiremos juntos al monte del Señor.
Y volviéndose de repente a los congregados, les
dijo que había puesto en ellos sus esperanzas, y,
durante una larga hora, les animó fogosamente a
ser fieles a su vocación, en vista de las gracias
sin número que la Virgen les concedería y del
premio seguro que el Señor les tenía preparado.
Entre los muchos que habían respondido hacía
tiempo con santo entusiasmo a la llamada de don
Bosco se hallaba el diácono José Bongiovanni,
promotor de la Compañía de la Inmaculada, fundador
y presidente de la Compañía del Santísimo
Sacramento y del Clero Infantil, que debía
ordenarse de sacerdote en las próximas témporas,
el 20 de diciembre. Aquel año había un retraso
para Bongiovanni y otros clérigos por parte del
Ministerio de Cultos que tardaba en conceder el
Placet regio, por lo que don Bosco escribía al
canónigo Vogliotti:
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