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Ton... le dijo:
-Pregunta tú a don Bosco la causa de este
fenómeno.
-Pregúntaselo tu mismo, respondió Belmonte; ya
sabes cuánto desea que tú le hables.
-Preguntárselo yo? Jamás... Pero, qué será?
-íVaya una gracia, el diablo!
-Y qué tengo que hacer?
-Una buena confesión, replicó Belmonte.
Mas el joven se marchó del Oratorio.
Era ya el cuarto día de la novena y todo se
conjuraba para obligar a don Bosco a cerrar sus
clases de bachillerato. Había prometido al conde
Javier Provana di Collegno ir a Cumiana al día
siguiente, por ser la fiesta del apóstol de las
Indias. ((**It7.333**)) Mas, no
pudiendo en circunstancias tan críticas ausentarse
de Turín, le escribió una carta En ella se
transparenta la paz de su espíritu.
Amadísimo Señor Conde:
El caballero Oreglia, mi afortunado
representante, le dirá los diversos motivos que me
impiden ir a Cumiana a pesar de la hermosa jornada
de san Francisco Javier. Paciencia: espero poder
hacerlo más tarde, cuando esté usted con su
familia en Turín.
Con todo, no quiero que mi permanencia en el
Oratorio le resulte inútil; también nuestros
muchachos tienen gran devoción a este santo y, por
tanto, esta tarde y mañana por la mañana habrá
muchas confesiones. Las comuniones de mañana y la
misa que, con la ayuda del Señor espero celebrar,
serán ofrecidas a Dios según su santa intención.
Este es el humilde ramillete que los muchachos de
esta casa y yo le ofrecemos para honrar su hermoso
día onomástico.
Le adjunto unas cuantas estampas, para repartir
como le plazca.
Acepte, señor Conde, estos pequeños signos de
mi afecto y gratitud para con usted y toda su
familia. Deseando a todos las bendiciones del
cielo, tengo el honor de profesarme con el mayor
aprecio.
De V. S. muy apreciada.
S.S. y
buen amigo
JUAN
BOSCO, Pbro.
Pero se calmó la tempestad escolástica y la
Santísima Virgen cumplía su gracia con la nueva
inspiración de una obra inmortal. Así nos lo
contaba don Pablo Albera.
Un sábado del mes de diciembre, quizás el día
6, terminó don Bosco de confesar a los muchachos
hacia las once de la noche y bajó a cenar al
comedor próximo a la cocina. Estaba pensativo.
Sólo el clérigo Albera se encontraba con él.
Súbitamente don Bosco comenzó a decirle:
-He confesado tanto que, la verdad, casi no sé
lo que he dicho o
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