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usted ha forjado un héroe, un mártir. Puedo
asegurarle que eran dos mil los que se habían
ofrecido y ligado con juramento para asesinarle,
uno a falta de otro.
-Yo ignoraba este último detalle; mas, aunque
lo hubiese conocido, no podría asegurar que lo
hubiera escrito, pues mi compendio de historia es
para uso de la juventud y por esto debía
restringirme a ciertos límites y elegir solamente
aquellos hechos que pudieran servir de provecho
moral a mis lectores. Por lo demás, no he tejido
una biografía de aquel príncipe, sino que he
narrado solamente su trágica muerte, que declaré
muerte de buen cristiano, porque en efecto murió
resignado a la volundad divina, fortalecido con
los auxilios de la religión y perdonando a su
asesino.
-Basta, yo le aconsejaría que corrigiese esa
historia, antes de reimprimirla.
-Si usted, señor Comendador, quisiera ser tan
amable que me indicara o advirtiera las
modificaciones o correcciones a hacer, le aseguro
que lo tendría muy en cuenta para la nueva
edición.
-Me agrada su condescendencia; usted no es
obstinado en sus ideas; y esto me gusta. Mas ahora
pasemos a otro asunto, y dígame qué impedimento
tiene para sus escuelas y qué dificultad halla
para someterse a la Autoridad escolástica.
-No tengo ninguna dificultad, sólo suplico a V.
S. quiera concederme que los actuales maestros
puedan continuar su enseñanza en las clases de las
que están actualmente encargados.
-Quienes son esos maestros?
((**It7.326**)) -Son
Francesia, Durando, Cerruti y Anfossi.
-Y por quién son pagados?
-Por nadie. Ellos también fueron alumnos del
Oratorio y ahora disfrutan dedicando sus propias
fatigas en favor de los demás, como otros las
emplearon antaño para ellos.
-No veo ninguna dificultad en ello. Si eso es
así, yo lo apruebo sin más. Envíeme solamente una
petición formal indicando el nombre
les había dado. Luego comendó a los hijos
obediencia a la duquesa su madre y el cumplimiento
de todos sus deberes. Recitó varias veces en voz
alta el Padrenuestro, pronunciando con profundo
sentimiento las palabras: Perdónanos nuestras
deudas así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores. Estrechando el crucifijo entre las
manos, lo besaba a menudo con tales muestras de
cristiana piedad que todos los presentes estaban
profundamente conmovidos. Así moría un príncipe
herido a traición en la flor de sus años:
perdonando al propio asesino. Expiró veintitrés
horas después del asesinato, a la edad de treinta
y un años, dejando heredero a su primogénito de
seis años, bajo la regencia de la Duquesa su
esposa>>. (V. Historia de Italia de don Bosco).
(**Es7.281**))
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