((**Es7.279**)
-Tiene muchos?
-Contando a los externos, suman más de un
millar.
-íQué diablos!... íMás de mil...! Y quién le
paga a usted para albergar a tantos muchachos?
-Nadie me paga; mi recompensa la espero sólo de
Dios, justo remunerador de las obras buenas. Ni
siquiera cuento con rentas para mantener a estos
muchachos, y, por esto, trabajo de la mañana a la
noche para proveerles de comida y vestido.
Al llegar a estas palabras, el Delegado recobró
su calma y cortesía e hizo sentar a don Bosco. Y
prosiguió:
-Escuche, don Bosco: yo le creía un imbécil,
pero caigo en la cuenta de que estoy equivocado,
porque un imbécil es incapaz de dirigir tal
empresa. Pero, dígame: por qué se opone de ese
modo al Gobierno y a sus Autoridades?
-Me encuentro, señor Comendador, en el deber de
protestar contra su última afirmación. Hace más de
veinte años que vivo en esta ciudad y siempre he
gozado de la benevolencia de mis compatriotas y de
toda clase de ciudadanos y nunca se me acusó de
insubordinado a las ((**It7.323**))
Autoridades. Pongo por testimonio de ello mi vida,
mis palabras, mi predicación, mis libros. Hasta
que la revolución no se adueñó de mis compatriotas
y los cargos públicos estuvieron en sus manos, mi
obra fue siempre apreciada por todos; sólo desde
que muchos destinos cayeron en manos extranjeras
(y no me refiero a usted) me convertí en el blanco
de los amargados. Estos, incapaces de proveer
ellos mismos a la miseria de los hijos del pueblo,
obstaculizan y menosprecian a los que les
atienden; y, aún más, conspiran para destruir
obras que nos costaron dinero, fatigas y sudores.
Ante estas palabras, demasiado claras para no
ser comprendidas, el Delegado, que era
precisamente extranjero, interrumpió a don Bosco y
le dijo:
-Espere un momento; piensa usted que, por ser
forastero, yo soy un adversario suyo?
-No, señor Comendador, y por eso yo le he
exceptuado. Yo entiendo hablar de ciertos señores,
que sacrifican el bienestar de sus conciudadanos
propagando mentiras, con el fin de dar un paso
adelante en el cargo o para enriquecerse. Estos
hombres indeseables son la ruina de la sociedad
civil.
Al llegar a este punto, advirtió Selmi que don
Bosco iba tocando ciertas teclas que no sonaban
bien a sus oídos; buscó desviar la conversación y,
verificando un diestro cambio, dijo:
(**Es7.279**))
<Anterior: 7. 278><Siguiente: 7. 280>