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para servir a la Historia. Más aún, nos consuela
el pensamiento de poderlos excusar, al menos en
parte, diciendo que no sabían lo que se hacían. En
verdad algunos de ellos, apenas conocieron mejor
las cosas, de enemigos se trocaron en amigos, y
alguno hasta se convirtió en abogado de don Bosco
y de sus muchachos. Pero sigamos adelante.
A la cabeza de los adversarios estaba el
caballero Esteban Gatti, Jefe de División en el
Ministerio de Instrucción Pública, ya bastante
conocido por nuestros lectores.
En esta ocasión no tomaron los enemigos como
pretexto la política, sino la legalidad de la
enseñanza que se daba en las escuelas del
Oratorio. Razonaban de este modo, al presentar su
batalla:
-Don Bosco se sirve de profesores faltos del
diploma legal para sostener abiertas sus escuelas;
no puede en este momento pagar, ni sobre todo
encontrar titulados, porque su Institución vive de
la caridad y el curso escolar ya está en marcha;
por consiguiente, obliguémosle a proveerse de
tales profesores, y así lograremos que tenga que
cerrar las escuelas.
Una vez que establecieron su plan, aquellos
señores, que tenían en su mano el poder, esperaron
el momento oportuno para comenzar su fácil
ejecución.
Pero don Bosco, conocedor de sus intenciones y
oliéndose el poste, creyó oportuno ir a hablar con
el caballero Gatti e intentar ablandarlo.
Recibióle éste con fingida afabilidad y cortesía y
sugirióle que presentase sus maestros al examen de
capacidad para la enseñanza, que estaban
esperando. ((**It7.317**))
Respondió éste así, porque creía que los maestros
del Oratorio andaban a mil kilómetros de distancia
de la preparación necesaria para pasar con
seguridad unos exámenes dificilísimos, y cuando
supo que ellos estaban dispuestos a la prueba y
pedían someterse a ella, felicitó calurosamente a
don Bosco. Pero, a partir de aquel momento, se
calentó la cabeza buscando pretextos para que no
fueran admitidos a los exámenes, como vamos a ver
a continuación.
Don Bosco no se había dejado ilusionar por
aquellas lisonjas, sino que había entendido muy
bien que no había más que un solo camino abierto
para conseguir su fin. Ya se lo había previsto por
carta al canónigo Vogliotti, y ahora dirigía una
instancia al Ministerio para que autorizase a sus
maestros a presentarse a un examen que juzgase de
su idoneidad.
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