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explicación más natural debiera haber sido: que, a
causa de las mortíferas guerras, la escasez o
falta de bebedores habría hecho vender el vino a
mejor precio; y que los campos, incultos o
devastados, no habrían producido el trigo
necesario. Pero don Bosco sabía lo que decía y
tenía sus razones al decirlo.
En el Hombre de Bien del 1861 afirma
claramente: Motivos de prudencia y de respeto me
obligan a diferir mis relatos para un tiempo más
sereno, en el que no haya peligro de tormentas,
granizo, turbiones y huracanes. Pero, a pesar de
esta declaración, había dicho demasiado; por lo
que el Gobierno, antes de que acabase aquel año,
quiso asegurarse de que el Hombre de Bien no le
daría ninguna otra preocupación. Por esto, el
caballero A. Buglione di Monale había hecho llamar
a don Bosco, en nombre del Presidente del Consejo
de Ministros, y le había dicho:
-Oiga, don Bosco: todos le apreciamos mucho,
pero su Hombre de Bien nos molesta. Por todas
partes nos preguntan: cómo hace don Bosco para
conocer ciertas cosas? Se levantan castillos en el
aire, se sacan consecuencias extrañas; se quiere
saber, se preguntan unos a otros, en fin, se arma
una batahola insoportable. Por consiguiente,
acepte mi consejo: es mejor que no escriba ciertas
cosas en su almanaque.
Don Bosco entendió que se trataba de una
prohibición en plena forma, aunque con palabras
corteses, y, a partir de aquel momento, dejó e
imprimir sus previsiones.
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