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suyas, y cuando don Miguel Rúa me escribió a París
comunicándome la partida de don Juan Cagliero para
América, me acordé inmediatamente de la profecía y
exclamé: -íHe aquí el Obispo profetizado por don
Bosco! íDe tal forma se me había grabado la
profecía de aquel día! Pero como yo no puedo saber
la explicación de las profecías de don Bosco, y no
podría asegurar que don Juan Cagliero estuviese
presente, aquella profecía podría referirse a
otros, incluso a algún muchacho, quizá al mismo
Lasagna. íQuién sabe!>>
Estaba presente Luis Lasagna, muchacho de doce
años, el cual, siempre que el buen padre aparecía
en medio de sus hijos, se sentía inmediatamente
atraído hacia él, y se tenía por muy dichoso si le
dirigía la palabra o al menos una mirada
bondadosa. Pero durante los primeros días, como
era de índole vivacísima y casi indomable, quería,
en los recreos, ser el amo de los juegos en medio
de aquel mundo de avispados jovencitos, de tal
forma que frecuentemente daba lugar a clamorosas
contiendas para sostener sus razones. Acostumbrado
a la vida libre de los campos, le pareció pesado
el yugo del reglamento que le marcaba el tiempo
para sus deberes y tal vez comunicó a los
compañeros su repugnancia. Como era sensibilísimo
y poseía una viva imaginación, víctima de la
nostalgia de su pueblo, encontró la manera de huir
del Oratorio y volver a Montemagno. Pero sus
padres le devolvieron inmediatamente a Valdocco.
Don Bosco lo aceptó sin regañarle por su escapada;
le trató con tanta amabilidad de alientos y de
avisos paternos que lo conquistó para Dios y para
la salvación de sus hermanos.
Don Bosco había entrevisto desde el principio
sus raras dotes. Era franco, ingenuo, generoso, de
una fuerza de voluntad extraordinaria ((**It7.304**)) de un
corazón afectuosísimo, de gran memoria e ingenio.
Frecuentemente se le oyó repetir a don Bosco desde
entonces:
-Es de buena madera, ya lo veréis.
Era de la madera con la que se hacen los
obispos.
Resultaba admirable la perspicacia de don Bosco
para discernir y juzgar quiénes eran los muchachos
que servían para su casa y quiénes no. Nos dejó
escrito don Francisco Provera:
<>-Te gustaría estar aquí conmigo?
>>-Sí, sí, respondió el muchacho: lo he pensado
mucho.
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