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retórica, para decirle que viniese al Oratorio.
Belmonte fue; y, preguntando por el joven, le
dijo:
-Toma tus cosas y ven conmigo al Oratorio.
-Te envía don Bosco?
-Sí.
Y sin más, el muchacho vino al Oratorio,
estudió y se licenció en letras, obteniendo
después una cátedra en Roma. Murió a fines de
1889.
Al contemplar aquella multitud de jóvenes,
alguno de la casa preguntó a don Bosco:
-Pero, cómo hará para mantenerlos?
Don Bosco sonriendo dijo:
-íEh! El Señor que me los envía me los
mantendrá.
Y le gustaba bajar al patio, mezclarse con
ellos y entretenerles con sus admirables
ocurrencias. Estudiaba mientras tanto atentamente
su índole, sus inclinaciones, sus deficiencias, su
progreso, su retraso en el bien, la vocación que
aparecía en cada uno. Era este estudio, creemos
nosotros, como el primer grado de esa gracia que
regala el Señor a un siervo suyo para la dirección
de los espíritus. Y ésta se obtiene con la
prudencia, la oración y la paciente caridad. Por
esto, don Bosco se servía de aquella expresión de
san Pablo a los Tesalonicenses, que repetían a
menudo sus labios, como de un aviso para sus
colaboradores en toda circunstancia y asunto:
Omnia probate, quod bonum est tenete (examinadlo
todo y quedaos con lo que es bueno) 1.
El tenía siempre un episodio, una palabra que
interesaba y distraía a sus pequeños amigos.
Nos escribía Jerónimo Suttil, a propósito de
una palabra dicha por él el 21 de noviembre del
año 1884. <((**It7.303**)) los
clérigos Durando y Jarac, el muchacho Lasagna y
otros. Don Bosco (aún me parece verlo) movió el
dedo índice en derredor, sin detenerse ante
ninguno y dijo estas precisas palabras:
-Uno de vosotros un día será Obispo.
Estas palabras quedaron impresas en mi mente,
como todas las
1 Tes. V, 21.
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