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diócesis de Acqui, el 5 de enero de 1817. De
jovencito, dotado de mucha bondad, ingresó en el
seminario de Génova, donde cursó estudios
elementales, humanísticos, filosóficos y
teológicos. Era todo un modelo de mortificación y
profesaba apasionado amor a Jesús crucificado y a
la Virgen de los Dolores. Siendo clérigo, y más
tarde sacerdote, ejerció el cargo de prefecto de
los seminaristas y supo ganarse el corazón de
todos ellos con su dulzura, al extremo de que
logró hacer florecer la piedad y la ((**It7.295**))
frecuencia de los sacramentos. Sus íntimos amigos,
el docto sacerdote Cayetano Alimonda, el prior de
Santa Sabina, Frassinetti, el celoso misionero
Sturla, siempre hablaban de él como de un
sacerdote ejemplar. Los sectarios le tenían entre
ojos, por lo que en 1849 volvió a su pueblo; pero
se encontró con que en Mornese se había apagado la
devoción y era muy escasa la frecuencia de los
Sacramentos y, lo que es peor, había graves
desórdenes entre la juventud con gran escándalo de
todo el pueblo.
Su celo apostólico cambió en poco tiempo el
ambiente, hasta tal punto que monseñor Modesto
Contratto se vio obligado a decir, en su visita
pastoral a aquella población:
-Mornese es el jardín de mi diócesis.
Cuando don Domingo Pestarino volvió a Mornese,
era extraño que alguien comulgara entre semana;
pocos años después la mayor parte de hombres y
mujeres acudían a diario a la sagrada mesa. Era
todo para todos, pero tenía un entusiasmo especial
por la juventud. Baste señalar los ardides que
empleaba en los últimos días de Carnaval, para
alejar a los jóvenes de toda suerte de desórdenes
y peligros. Reunía a todos en su propia casa,
preparaba a su costa cuanto fuere menester para
entretenerlos con juegos honestos, cánticos y
teatro. Sacaba botellas, dulces y todo lo
necesario para una sana alegría y estaba siempre
con ellos. A una hora discreta de la tarde iban
todos juntos a la iglesia parroquial a rezar las
oraciones y, después, se marchaba cada cual a su
casa a descansar, no sin haber sido invitado para
asistir a la santa misa de la mañana siguiente,
para rezar el rosario y acercarse a los
sacramentos. Procuraba los mismos entretenimientos
para las muchachas, en otra casa, bajo la
dirección de la maestra Maccagno, y todo por su
cuenta.
Esta buena maestra, a la que él guiaba
espiritualmente, ya en 1850, a la edad de
dieciocho años, había determinado entregarse
totalmente a Dios, sin hacerse religiosa y
permaneciendo en el siglo. Buscó otras compañeras
dispuestas a seguir su ((**It7.296**)) plan de
vida y formó la Pía Unión de Hijas de María
Inmaculada, que empezó el 8
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