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ansias de conocerle, cierto sacerdote de familia
rica, elegantemente vestido, más como un seglar
que como un sacerdote, con zapatos de charol,
corbata y alfiler de oro, a la última moda.
Comenzó dándole el parabién por el agradable
conjunto de sus muchachos y por su buena conducta,
y le presentó sus felicitaciones y elogios por la
educación que les daba. Don Bosco dejó caer
aquella elocuente lluvia de alabanzas sin mirarle
a la cara, ni prestar atención a sus palabras y,
cuando acabó, como si no le hubiera visto ni
escuchado, le dijo:
-Quién es usted? De dónde viene?
-Soy de Asti, respondió, y al haberme enterado
de su paso por este pueblo, me creí en la
obligación de conocer a un hombre tan grande.
-íCómo!, exclamó don Bosco, y usted se ha
atrevido a venir hasta aquí desde Asti, vestido de
ese modo?
((**It7.286**)) -Sí;
hace ya mucho que visto así y nadie me ha dicho
nada.
-Y el Vicario Capitular de Asti, replicó don
Bosco, no le ha prohibido ir de este modo?
Y empezó a demostrarle, con toda vehemencia, el
mal que hacía yendo así. Fue un diálogo largo,
tras el cual, con diversas razones y excusas,
terminó aquel sacerdote por aceptar reverentemente
las advertencias de don Bosco. Al día siguiente,
se presentó en Vignale vestido de sotana y se
entretuvo un rato con don Bosco, para asegurarle
que en adelante seguiría sus saludables consejos.
Mientras tanto don Bosco, que buscaba la manera
de retornar a Turín, envió al clérigo Juan
Bautista Anfossi al comendador Bona, director
general de ferrocarriles, para pedirle dos vagones
de tercera clase y gratuitos, para el destino que
requiriese el itinerario del paseo. El comendador
lo recibió amablemente, oyó la petición y dijo al
clérigo que volviese a la mañana siguiente para
saber la respuesta. Esta fue una carta en la cual,
recordando las benemerencias de don Bosco con la
Sociedad y el Estado, le concedía aquel favor.
Debía presentar su carta a cualquier Jefe de
Estación, a quien se le ordenaba que pusiera a
disposición del Oratorio dos vagones
gratuitamente, para cualquier línea que le fuere
indicado. Este favor se renovó en los paseos de
1863 y 1864.
En cuanto don Bosco recibió la carta del
comendador Bona, decidió partir de Vignale, donde
se había ganado los corazones con su amabilidad y
firmeza en el hablar.
Estos sus generosos huéspedes deben contarse
entre los más grandes y constantes bienhechores de
todas las obras salesianas. La señora Condesa
había prometido a don Bosco colaborar con una
importante
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