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sacerdotes, que iba a su lado, le dijo:
-No miremos, no respondamos. No nos conviene
pararnos.
Finalmente se oían los sones de la banda a la
entrada de Calliano. El párroco, doctor José
Sereno con su coadjutor, salió al encuentro de don
Bosco, quien aquella misma mañana le había enviado
un mensaje rogándole buscara el pan necesario para
los que le acompañaban. El párroco ofrecióle
cordialmente su nueva casa parroquial, cuya
construcción se había terminado aquel año, para
alojar a los muchachos. Hizo preparar allí en un
momento mesas y sillas para comer. Y presentó un
verdadero banquete con una buena menestra. Pero
quiso que don Bosco fuera a comer con él en la
casa vieja. El siervo de Dios deseaba partir
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después, pero aquel excelente sacerdote no se lo
permitió. Así que, por la tarde, se impartió la
bendición solemne con cantos ejecutados por coro y
orquesta; y, a las nueve, se dio una función
teatral para toda la población en un patio
iluminado con antorchas y lámparas de aceite. Los
muchachos del pueblo particularmente pasaron una
velada inolvidable. Mientras tanto, el párroco
preparaba en la casa nueva el dormitorio con una
gran cantidad de paja.
A la mañana siguiente, 9 y jueves, los
muchachos del Oratorio ofrecieron al pueblo un
espectáculo edificante en la iglesia, oyendo
devotamente la santa misa y comulgando en gran
número.
A las diez partieron y, hacia las doce, junto a
la aldea de San Desiderio, se encontraron los
jóvenes con un compañero suyo que estaba de
vacaciones. Se oyó por todas partes:
-Accomasso, Accomasso...
Y aquél, abriéndose paso entre sus compañeros
que lo aplaudían, llegó ante don Bosco, besó su
mano e invitóle en nombre de sus padres a entrar
un momento en su casa, mostrándose muy satisfecho
de tener consigo a don Bosco. Había él además
preparado para sus amigos una buena merienda al
aire libre.
Reemprendida la marcha, pasaron por Grana y se
dirigieron hacia Montemagno, para visitar al
marqués Domingo de Fassati y a la señora Marquesa.
Mientras la comitiva se acercaba a la población
un muchacho de unos doce años, lleno de vida, y de
familia acomodada, estaba en aquel momento jugando
en un valle con otros compañeros, junto a la
ermita de Nuestra Señora de Valino. De repente oyó
el redoble del tambor y a continuación el tañido
de las trompas.
-Qué es esto?, exclamó. íVamos a ver!
Y sin más, dejando en el prado el sombrero, los
zapatos, y la chaqueta,
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