((**Es7.241**)
un día sería renombrada por haber nacido en ella
su venerado don Bosco.
-íPues qué!, exclamó; puedo yo ser considerado
como un admirador ciego de aquél, a quien debo
llamar mi segundo padre? No quiera el Señor que
exagere al reconocer sus méritos, pero veo en
vuestra asistencia a este lugar cierta razón y
esperanza de lo que yo creo ((**It7.276**)) harán
nuestros seguidores.
Agradó mucho a la gente la feliz alusión a otro
tiempo aún más glorioso para don Bosco y fue
sabiamente interpretada y aplaudida.
Por aquellos días tuvo lugar un hecho
sorprendente. Cierto alumno salió de casa y
totalmente solo entró en el bosque. En él se
tropezó con una persona que le dirigió vergonzosas
palabras. El muchacho medio atontado entendía y no
entendía; pero de repente oyó una voz que le
repitió claramente su nombre dos veces. Como la
voz le pareció de su profesor, corrió al instante
a él, y le preguntó por qué le llamaba. Respondió
el profesor que él no había llamado a nadie.
Entonces se iluminó su mente, entendió el peligro
que había corrido, comprendió que la voz salvadora
no había sido simplemente una voz humana, y se
presentó a don Bosco que estaba entre los
muchachos. Fijó éste en él su mirada con tal
insistencia y expresión, acompañada de una sonrisa
tan signifivativa, que el muchacho se persuadió de
que don Bosco había visto todo lo sucedido.
Otra vez, cuando los alumnos rodeaban a don
Bosco mientras tomaba su pobre cena, dijo él de
repente:
-Id a llamarme a Marcora, Salvi y Daniele.
Corrieron algunos en su busca: habían salido
sin permiso de nadie, a jugar fuera de casa. Don
Bosco había dicho esto para hacerles comprender
que no se le escapaba nada de cuanto sucedía; y
los alumnos, después de haberse preguntado unos a
otros, para enterarse de si alguno había avisado a
don Bosco, exclamaron:
-Cómo ha hecho para saberlo?
íEn cuántas otras circunstancias similares, se
oyó repetir la misma exclamacion!
El lunes, día 6 de octubre, era la fecha fijada
para la gran excursión. Amaneció un día nublado y
cerrado; llovía. Los muchachos estaban impacientes
y dijeron a don Bosco al salir de la capilla:
-Y ahora qué hacemos?
((**It7.277**)) -Lo que
hacían nuestros abuelos, respondió don Bosco.
-Y qué hacían?
-Dejaban caer el agua.
A las nueve se repartió el desayuno. Brilló un
poco el sol y fue
(**Es7.241**))
<Anterior: 7. 240><Siguiente: 7. 242>