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((**Es7.24**) y mejoraron su conducta. Descenciendo a los detalles, merece señalarse cómo algunos de nuestros muchachos corrieron peligro a causa de los malos libros, que se van difundiendo por doquier y que también han llegado a sus manos. Ellos se entregaban incautamente a su lectura pero, descubiertos tales libros por los socios, fueron retirados enseguida y arrojados al fuego; mientras tanto se pensó en proveerles, por otro lado, de alguna buena lectura. Viendo después cómo a veces se quedaban en duda sobre el número de puntos a distribuir entre los clientes, entre las deliberaciones que se tomaron en las conferencias, una fue la de encargar exclusivamente a los socios el cuidado de catequizarlos y asistirlos en la iglesia, con el fin de asegurarse de su asistencia y buena conducta. Entonces se descubrió, precisamente durante la catequesis, la profunda ignorancia en que se hallaba un cliente, no sólo respecto a las verdades de la religión, sino también en las cosas que más comúnmente se saben, es decir, en lo referente a las oraciones de la mañana y de la noche. A uno de ellos se le preguntó si su madre no le enseñaba las oraciones y él con toda sencillez contestó que su madre no tenía tiempo. Con esto no quedó contento su protector, el cual, cuando fue a visitarle a su casa el domingo, se informó si de verdad la ((**It7.14**)) madre no podía hacerlo; y por sus palabras ciertamente parecía imposible que hallara un retazo de tiempo para enseñarle a rezar. El protector habría deseado enseñarle él mismo las oraciones, pero tampoco podía tenerlo a su lado durante la semana, para ello. Recurrió entonces a otro expediente; miró a ver si, por casualidad, en el lugar donde el muchacho trabajaba, hubiese alguna persona caritativa, que quisiera encargarse de hacérselas repetir cada día, palabra por palabra. Y se encontró precisamente una buena vieja que se prestó a ello. Pero, qué pasó? Cuando la madre supo que otra mujer ejercía en favor de su hijo este oficio tan importante para una madre, se picó en su pundonor y dijo: -Cómo? Yo que me preocupo todo el día del cuerpo de mis hijitos, no voy a pensar en su alma? Al fin y al cabo es a mí a quien el Señor pedirá cuentas de la educación de mis hijos. Estimulada por tales pensamientos, fue a visitar a la buena vieja, agradecióle la caridad empleada con su hijo y, desde entonces, levantándose un poco antes de la cama por las mañanas y acostándose algún minuto más tarde por la noche, se puso ella misma a enseñar a su hijo las oraciones; y al cabo de un mes consiguió que las aprendiera. Ocurrió también otro hecho que nos edificó mucho y nos hizo ver cómo gozan los padres de los clientes cuando ven que los socios de la Conferencia se cuidan de sus hijitos. Durante el año pasado sucedió que en la capilla del Oratorio se prendió fuego el altar de la Virgen, a una hora en que casi nadie se encontraba en el Oratorio. Por suerte, un socio de la Conferencia, deseoso de pasar en el Oratorio el mayor tiempo que le fuera posible, ya había ido. Fue, pues, el primero en ver salir humo por el tejado, sospechó enseguida qué pudiera ser, acudió con otras personas y pudo apagarlo a tiempo de impedir mayores perjuicios. No obstante, se calculó que el daño producido sobrepasaba las treinta liras, y éstas eran ciertamente para nuestro Oratorio una gran cantidad. Con todo se contó el caso acaecido en la predicación, durante dos domingos consecutivos, y se pidió limosna para el altarcito. Cada cual ofreció lo que su generosidad le sugería y su bolsa le permitía. Pero, unas semanas después, se presentó en el Oratorio la madre de uno de los asistidos preguntando por el Director y fue conducida a él. Rebuscó por sus bolsillos, sacó un escudo y, emocionada por la alegría, se lo presentó como limosna para el altarcito. Aquel escudo(**Es7.24**))
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