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((**Es7.239**) Informado, sin embargo, de que no era posible alcanzar aquel hospedaje, por razones que ignoramos, hubo de cambiar de plan. Así, pues, el 25 de septiembre salía del Oratorio un grupito con algún clérigo y algún sacerdote hacia I Becchi, para empezar la novena del Santo Rosario. El grueso de la comitiva llegaría la víspera de la fiesta. Esta excursión era un medio elegido por don Bosco para premiar a los mejores de sus alumnos; para ejercitar en la virtud de la obediencia y de la mortificación a los que debía dejar en el Oratorio y para dar un merecido castigo a quien no había tenido buena conducta durante el año. Entre los que acostumbraban a acompañar a don Bosco había uno, trabajador incansable e industrioso, mecánico, cocinero, barbero, y que había aprendido los elementos de varios oficios para atender las necesidades del Oratorio. Resultaba un verdadero factótum para los paseos porque era cantor, músico, cómico, preparador de las mesas, bienquisto por todos los compañeros y bien recibido doquiera se presentara. Pero, tanta habilidad estaba oscurecida por grandes defectos, que don Bosco no podía dejar impunes, como el mismo joven nos confesó por escrito. Estábamos a primeros de junio de 1862, cuando don Bosco me llamó un día y me dijo: -Mi querido Pedro, no estoy contento de ti: he oído muchas quejas sobre tu comportamiento. ((**It7.274**)) Ya me había avisado varias otras veces y, aunque yo sufría mucho al oír aquellas correcciones, siempre me había contenido y guardado silencio. Pero aquel día no sé qué me pasó por la cabeza y, en vez de responderle que en adelante me portaría de forma que no le causase ningún disgusto, me enojé de un modo vulgar y estallé. -Bueno, pero usted no sabe que estoy harto de verme siempre vigilado y de oír tantas riñas? Estoy arrepentido de haber aprendido a hacer tantos oficios para servir al Oratorio. Cualquier otro Superior, al oír tales insolencias me habría abofeteado y echado de casa; pero don Bosco, que amaba mi alma, se contentó con decirme: -íPues desaprende los oficios aprendidos! Y se retiró a su habitación, dejándome que pensara sus palabras. Apenas se alejó, la mar de apurado, me dije: -íPero qué es lo que yo he hecho! íInfeliz de mí! íResponder de ese modo a un padre tan bueno! Aquel día tuvo que salir don Bosco de Turín para recoger limosnas y despachar billetes de la Tómbola, por lo que estuvo fuera algún tiempo. Cuando volvió, salimos a su encuentro y él sonreía y saludaba a todos. Tomé su mano para besarla, pero él aparentó no verme, y dirigiéndose a otro le dijo una palabra amable. Al darme cuenta de que no se fijaba en mí, me persuadí de que no era digno de aquella gracia y de su amor; me fui a mi habitación y me estuve llorando todo el día. (**Es7.239**))
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