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((**Es7.236**) marqués Patrizi y, si hubiera algún premio, rogar a la señora marquesa de Fassatti que se lo guarde en depósito. Se encomienda a sus oraciones. Roma, 7 de febrero 1863. Pero en vista de la ampliación del Oratorio y del éxito de la Tómbola, muchos personajes y algunos políticos, quisieron persuadir a don Bosco de que le convenía reconocer su Institución y sus Oratorios como un ente moral aprobado por el Gobierno, del cual ya había recibido instigaciones y casi molestias a tal fin. Insistieron en lo mismo el banquero comendador Cotta y otros amigos suyos. Ponían ante sus ojos los inmensos beneficios que de ello se seguirían: la protección asegurada de las Autoridades; el crédito que adquiriría la Obra entre los ciudadanos; la mayor confianza de los donantes al dejar legados y testamentos; la seguridad de que ninguno podría dificultar las herencias so pretextos legales; la disminución de los derechos del fisco en los trapasos; la exención de ciertos tributos y tasas. Ponían después de relieve un aumento incalculable de ayudas, como cada día sucedía con la Pía Obra del Cottolengo. Añadían cómo los párrocos y notarios podrían recomendar con mayor franqueza su Institución a los que deseaban dejar algún legado en favor de las obras de caridad al morir. Le hacían además observar que durante su vida sería administrador único y libre, y que, por consiguiente, podría alcanzar una forma de vivir más cómoda y más tranquila, con mayor abundancia de medios. Pero don Bosco no se dejó convencer, de tal forma que ello hizo nacer cierta frialdad entre él y estos sus buenos amigos. Pero los sucesos hicieron ver claro con cuánta prudencia de ((**It7.271**)) orden superior había sabido conducirse en tal asunto. En efecto, entrevió, y quizá también en la aparición del Caballo rojo, los tiempos que se avecinaban. Amando a Dios, y no a sí mismo, amaba la pobreza y sabía que se vería obligado a conservar las casas, terrenos o capitales que le llegaran a favor del Oratorio, con peligro de excitar la codicia de los demócratas. Temía que los gobernantes, por medio de la Comisión Legal, acabasen por adueñarse de su casa cambiándole la dirección y la finalidad. Preveía el despilfarro de los bienes de las Obras Pías y quizá también la ley Crispi del 1892, que terminaría ordenando la concentración de las diversas Instituciones que tuvieran la misma finalidad. Sobre todo don Bosco quería para sus Obras toda la posible independencia y libertad y se negaba a someterse a ninguna influencia ajena a la de la Santa Sede, para ayuda y defensa de la cual él había (**Es7.236**))
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