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patio y allí me señaló entre la hierba una enorme
serpiente de siete u ocho metros de longitud y de
un grosor extraordinario. Horrorizado al
contemplarla, quise huir.
-No, no, me dijo mi acompañante; no huya; venga
conmigo y vea.
-Y cómo quiere, respondí, que yo me atreva a
acercarme a esa bestia?
-No tenga miedo, no le hará ningún mal; venga
conmigo.
-iAh! exclamé; no soy tan necio como para
exponerme a tal peligro.
-Entonces, continuó mi acompañante, aguarde
aquí.
Y seguidamente fue en busca de una cuerda y con
ella en la mano volvió junto a mí y me dijo:
-Tome esta cuerda por una punta y sujétela
bien; yo agarraré el otro extremo y me pondré en
la parte opuesta y así la mantendremos suspendida
sobre la serpiente.
-Y después?
-Después la dejaremos caer sobre su espina
dorsal.
-íAh! No; por favor. íAy de nosotros si lo
hacemos! La serpiente saltara enfurecida y nos
despedazará.
-No, no; déjeme a mí, añadió el desconocido, yo
sé lo que me hago.
-No, de ninguna manera; no quiero hacer una
experiencia que me pueda costar la vida.
Y ya me disponía a huir. Pero él insitió de
nuevo, asegurándome que no había nada que temer;
que la serpiente no me haría el menor daño. Y
tanto me dijo, que me quedé donde estaba,
dispuesto a hacer lo que me decía.
El, entretanto, pasó al otro lado del monstruo,
levantó la cuerda y con ella dio un latigazo sobre
el lomo del animal. La serpiente dio un salto
volviendo la cabeza hacia atrás para morder el
objeto que la había herido, pero en lugar de
clavar los dientes en la cuerda, quedó enlazada en
ella como por un nudo corredizo. Entonces el
desconocido me gritó:
-Sujete bien la cuerda, sujétela bien, que no
se le escape.
Y corrió a un peral ((**It7.239**)) que
había allí cerca y ató a su tronco el extremo que
tenía en la mano; corrió después hacia mí, tomó la
otra punta y fue a amarrarla a la reja de una
ventana de la casa.
Entretanto la serpiente se agitaba, movía
furiosamente sus anillos y daba tales golpes con
la cabeza y anillos en el suelo, que sus carnes se
rompían saltando a pedazos a gran distancia. Así
continuó mientras tuvo vida; y, una vez que hubo
muerto, no quedó de ella más que el esqueleto
descarnado.
Entonces, aquel mismo hombre desató la cuerda
del árbol y de la ventana, la recogió, formó con
ella un ovillo y me dijo:
-íPreste atención!
Metió la cuerda en una caja, la cerró, y
después de unos momentos, la abrió. Los jóvenes
habían acudido a mi alrededor. Miramos el interior
de la caja y quedamos maravillados. La cuerda
estaba dispuesta de tal manera que formaba las
palabras: íAve María!
-Pero cómo es posible?, dije. Tú metiste la
cuerda en la caja a la buena de Dios y ahora
aparece de esa manera.
-Mira, dijo él; la serpiente representa al
demonio y la cuerda el Ave María, o mejor, el
Rosario, que es una serie de Avemarías con el cual
y con las cuales se puede derribar, vencer,
destruir a todos los demonios del infierno.
-Hasta aquí, concluyó don Bosco, llega la
primera parte del sueño. Hay otra segunda parte
más interesante para todos. Pero ya es tarde y por
eso la contaremos mañana por la noche. Entretanto,
tengamos presente lo que dijo mi amigo respecto
(**Es7.209**))
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