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han acabado de comer y han salido al patio, los
muchachos se cuelan en el refectorio. Puede
decirse que, le oprimen con sus apretujones. Un
día, mientras don Bosco comía y hablaba, cierto
clérigo estiró la cabeza hasta la suya, para oír
mejor lo que decía. Don Bosco extendió la mano,
tocó la cabeza del clérigo sin querer, de modo que
la hizo chocar con la suya. El clérigo le dijo:
>>-Eso es; una las dos cabezas.
>>Y don Bosco respondió:
>>-Sólo el amor de Dios las puede unir>>.
Y escribe Ruffino:
Charla de don Bosco a los jóvenes, en la noche
del 6 de agosto.
-Hoy, a las doce y media, fue uno a mi
habitación a llevarme un papelito con la dirección
de una persona gravemente enferma.
Tenía el portador una cara desconocida para mí.
Salí y, después de cumplir otro encargo de corta
duración, me acerqué al lugar indicado.
Entré y vi que era una casa de mala vida.
Pregunté:
-Hay aquí un enfermo, que me ha hecho llamar?
-Sí, pase.
Y me acompañaron a una habitación. Yo tenía
miedo, porque era evidente que el demonio era
dueño de aquella casa. Penetré en la habitación y
vi a una enferma, que extendió las manos, tomó las
mías, y me dijo:
-Salve mi alma... Me salvaré yo?
-Lo espero, contesté.
Indicó después a las otras mujeres que se
apartaran y la oí en confesión. Era el momento
preciso, porque enseguida se halló en las últimas.
Apenas acabé, salí de la habitación y me
rodearon las compañeras.
-Y... curará?
-Sí, curará... íUnos instantes todavía y pasará
a la eternidad!
-íPobre chica! íDesgraciada...!
Y empezaron a angustiarse y a llorar.
-No la llaméis desgraciada, añadí; desgraciadas
vosotras que os halláis en la antesala del
infierno.
Y comencé a hacerles una plática como jamás
habían oído.
Y me decían:
-Cómo hacer? Cómo hacer? Lleva usted razón,
pero cómo hacer?
-Lo primero, huid de aquí.
((**It7.237**)) -Pero
la traerán los sacramentos?
-Lo creéis vosotras? Si entrase aquí el Señor,
temo que se hunda toda la casa con cuantos viven
en ella.
-Y entonces?
-Ahora voy a buscar al párroco y él hará lo que
mejor crea.
Dicho esto, salí, corrí en busca del párroco y
le conté lo sucedido.
-Deje el asunto en mis manos, me dijo; yo me
ocuparé de ello.
Fue a la enferma. Tuvo todavía tiempo para
administrarle la santa unción y, pocos momentos
después murió. Por la noche ya no había nadie en
la casa. Dichosa aquella mujer a quien Dios
concedió tiempo para hacer su confesión. Los
sentimientos
(**Es7.207**))
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