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Describió don Bosco este suceso, con voz tan
trémula, que hasta los sacerdotes quedaron
aterrados.
Ya había contado otro caso semejante algún
tiempo atrás. Había sido llamado a toda prisa para
confesar a un jovencito de unos dieciséis años,
que había frecuentado el Oratorio festivo y que se
hallaba en los últimos momentos, consumido
((**It7.232**)) por la
tuberculosis. Vivía en una casa próxima a San
Roque. Don Bosco acudió. El pobrecito le recibió
lleno de alegría, se confesó. Seguidamente
entraron en la habitación su padre y su madre y se
colocaron al lado de la cama. Don Bosco siguió a
la cabecera. En la mirada del moribundo apareció
una expresión de profunda melancolía. Se volvió a
su madre y le dijo:
-Le ruego que llame a ese muchacho, amigo mío,
que vive en la planta baja de la casa, para que
venga a hacerme una visita enseguida.
-Para qué quieres verlo?, preguntó la madre.
-Yo sé por qué. Tengo que decirle una palabra.
Como le parecía a don Bosco que la visita
desagradaba a los padres, intervino:
-No te pongas así; para qué necesitas que
venga?
-Quiero saludarle por última vez.
No tardó éste en llegar. Clavó una mirada casi
de terror sobre el enfermo y se acercó a los pies
de la cama. El moribundo se esforzó por
incorporarse. Los padres le ayudaron, colocándole
un cojín tras las espaldas. Entonces, fijó sus
ojos con angustia indescriptible sobre el
compañero, tendió su mano derecha hacia él,
apuntóle con el dedo índice y con voz temblorosa
le dijo:
-Tú...
Y tomó un poco de aliento después de un
violento asalto de tos...
-Tú, prosiguió, eres el que me ha matado...
Maldito sea el momento en que te encontré por vez
primera. Culpa tuya es que yo muera tan joven...
Tú me enseñaste lo que yo no sabía... Tú me
traicionaste... Tú me hiciste perder la gracia de
Dios... Tus conversaciones, tus malos ejemplos me
lanzaron al mal y ahora llenan de amargura mi
alma... Si hubiese seguido el consejo, el mandato
de quien me exhortó a dejarte...
Todos lloraban con sus palabras.
El pobre compañero temblaba y, más pálido que
el mismo agonizante, sintiéndose desfallecer, se
agarraba a los hierros de la cama.
((**It7.233**)) -Basta,
basta, cálmate, dijo don Bosco al enfermo. Para
qué afligirte ahora de este modo? Lo pasado,
pasado está, ya no existe...
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