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para asistir a una pobre moribunda que estaba ya
en las últimas. Don Bosco clavó sus ojos en aquel
hombre y sospechando algo le dijo:
-Es un lugar adonde pueda ir un sacerdote?
-Se trata de una desdichada, pero está sola en
casa.
Don Bosco fue y apenas entró en la habitación
vio a una enferma, agotada, hecha un esqueleto,
que alzó los brazos y dijo:
-íOh, un sacerdote! El Señor tiene todavía
misericordia de mí;
así podré salvar mi alma.
Daba profunda compasión el estado de aquella
pobrecita, que no tenía más que dieciocho años.
Don Bosco hizo salir a la mujer que la asistía,
reanimó las esperanzas de la enferma en la bondad
infinita de Dios y la confesó.
Ella, con los sentimientos del más profundo
dolor, ((**It7.231**)) empezó
a gemir y a orar a Dios. De cuando en cuando era
presa de un paroxismo convulsivo; se le ponían lo
cabellos de punta y empezaba a gritar y maldecir a
los que la habían traicionado. Imprecaba
especialmente a la mujer, que había vuelto a
entrar después de la confesión, y que había sido
instrumento de su ruina.
-Sí, criminales, la venganza de Dios debe caer
sobre vosotros y los rayos del cielo deberían
aniquilaros; a vos también, a vos que fuisteis la
causa de todas mis desventuras.
Don Bosco quería calmarla.
-No, hija mía, no; no pensemos en venganzas; el
pasado ya no existe. El Señor te ha perdonado:
perdona también tú.
La pobrecita volvía en sí y respondía:
-Tiene usted razón; he perdonado y perdono de
corazón. Pero recuerdo el día en que me escapé de
casa, abandoné y deshonré a mis padres. Apenas
estuve aquí, quise regresar junto a mi madre en lo
primeros días y lloraba; pero vos, dirigiéndose a
la mujer, me lo impedisteis, me agarrasteis por un
brazo sin soltarme. Y ahora, por causa vuestra,
experimento tanto remordimiento...
Y así seguía lamentándose hasta que don Bosco
logró con sus palabras hacerla pensar solamente en
el Señor.
Entraba en agonía. Silencio en la habitación.
La enferma, con la cabeza hundida en la almohada,
inmóvil y casi sin respiración. De pronto, sentóse
sobre la cama, giró en torno los ojos, ya casi
apagados, alzó en alto el crucifijo que tenía en
la mano derecha y gritó:
-íEscandalosos, os aguardo ante el tribunal de
Dios!
Y volvió a caer sobre la almohada. Estaba
muerta.
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