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desde San Ignacio he visto quién es el principal
enemigo de todos y cada uno de mis muchachos.
Procuraré, a medida que tenga algún ratito,
charlar con cada uno en particular y darle los
avisos oportunos. Es tan grande el amor,
queridísimos hijos, que tengo a vuestras almas,
que no terminaría de hablar y deciros muchas cosas
hermosas que pudiesen contribuir a vuestra
salvación.
>>El caballero Oreglia quiso, con todo,
arrancar a don Bosco si, a través de su hilo
telegráfico, no habría podido desde lejos hacer
algo más que ver. Don Bosco, riendo, respondió:
>>-Claro; habría podido dar un zurriagazo a
esos tales, un golpe de cable eléctrico sobre sus
espaldas. Y este zurriagazo, ya fuera de hilo
misterioso, ya fuera de otro instrumento, lo
sintieron aquellos tres, los cuales, mientras se
encontraban dentro del agua, recibieron sobre su
piel un golpe que les hizo saltar fuera;
preguntaron a un soldado, que se bañaba con ellos,
qué había pasado y por qué les había golpeado.
>>Mientras don Bosco concluía de hablar, el
joven Tinelli se volvió a un amigo que tenía al
lado, y a quien ya había confesado el secreto de
su escapada, y le dijo en voz baja:
>>-Ahora he sabido quién me dio en la espalda
aquellos golpes tan fuertes y dolorosos. Yo que me
reñí con un soldado, que se bañaba algo distante,
sospechando que había sido él.
>>Yo (Bonetti), que estaba detrás, al oír estas
palabras, le ((**It7.230**)) agarré
del brazo y le llevé a don Víctor Alasonatti:
Tinelli narró detalladamente el hecho, y descubrió
el nombre de los dos compañeros. De los tres se
obtuvo la confirmación de la charla de don Bosco,
pues confesaron haber recibido los golpes, haber
salido rápidamente del agua sin ver a nadie y,
sobrecogidos de espanto, se pusieron la ropa y
volvieron al Oratorio.
>>Dios es admirable para ayudar a sus siervos,
especialmente a los que se consumen de celo por su
amor y por la salvación de las almas.
>>Tinelli dejó el Oratorio a los pocos días,
cuando los estudiantes hacían sus exámenes
finales>>.
Don Bosco, prosigue la Crónica, solía hacer en
los últimos días del curso escolar un triduo:
durante tres días consecutivos predicaba por la
tarde en la iglesia. Esto servía para enviar a los
jóvenes a vacaciones, preparados y prevenidos. En
una de estas pláticas del año 1862, contaba el
siguiente caso, ocurrido en la misma semana.
Un día, después de comer, mientras estaba aún
de recreo, entró en el Oratorio un hombre, y
acercándose a él, le suplicó se diese prisa
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