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sólo dieciocho años. Don Bosco declaró el mismo
viernes a los muchachos de la casa que habían
subido con él a San Ignacio, que él había estado a
la cabecera de Bernardo y le había asistido en los
últimos momentos. Nosotros en Turín aún no
sabíamos nada y él ya escribía a don Víctor
Alasonatti la muerte de Casalegno, ordenando
plegarias. Cuando volvió a casa, yo (Bonetti)
pregunté a los que habían estado con él durante
los ejercicios y, tras varias preguntas, pudimos
saber que don Bosco había anunciado aquella muerte
a la hora de haber sucedido: lo cual era
humanamente imposible saberse, a la distancia de
más de veintiuna millas que separaban a los dos
lugares.
>>No debe extrañar que Dios haya querido
renovar, en esta circunstancia, lo que hizo con
otros muchos santos; y lo creo fácilmente sabiendo
cuán vivo era el deseo de aquel excelente joven
por ver una vez más a don Bosco antes de morir, y
por tenerlo al lado en la hora de su muerte; y
cuánto le quería don Bosco>>.
Nosotros añadimos que su mismo padre, el
caballero José Casalegno, topógrafo de profesión,
confirmó al sacerdote Bartolomé Gaido cómo don
Bosco, encontrándose lejos, anunció públicamente
la muerte del hijo en el mismo momento en que
expiraba.
<((**It7.225**)) de casa
y fueron a bañarse en las aguas del canal junto al
Dora.
>>A pesar de la vigilancia de don Víctor
Alasonatti y de los asistentes, ninguno se dio
cuenta, pues eran muchos los internos y externos.
Pasó aquel día y el siguiente, y en el Oratorio
nadie se había enterado de la fuga extraordinaria.
Los culpables estaban tan tranquilos, pero se
engañaron con su confiada impunidad. Habían sido
vistos y observados por don Bosco, quien el lunes
21, muy de mañana, remitía una hermosísima carta
para todos los jóvenes, en la cual entre otras
cosas se refería a los tres culpables, sin
nombrarlos>>.
He aquí la carta de don Bosco:
Queridísimos amigos:
Sé que vosotros, hijos amadísimos, deseáis mis
noticias, y yo también, dado que tuve que salir de
casa sin poder despedirme de todos; siento por
ello la necesidad de comunicarme con vosotros a
través de esta carta. Os hablaré con la sinceridad
de un padre que abre su corazón a sus tiernos y
amantes hijos. Hay para reír y hay para llorar.
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