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((**Es7.184**) Se había convenido, narra la Crónica, que en esta ocasión se celebrara una fiestecita de inauguración, ya que, a causa de la nieve, había tenido poco éxito la primera, celebrada en el mes de marzo. Hizo un tiempo precioso. El Alcalde fue recibido a la puerta por don Bosco. Después de visitar la exposición, la casa y los talleres pasó a los pórticos donde estaban preparados los alumnos en formación y había un sillón para él. Sonaron los instrumentos de la banda y se cantó un himno. A continuación el alumno Ramognini se presentó ante el Alcalde y leyó una graciosa y corta composición escrita por don Bosco: Ilustrísimo Señor Alcalde y beneméritos señores: Antes de partir de nuestro humilde recinto, Ilustrísimo Señor Alcalde y beneméritos señores, permitidme que yo, en nombre de mis queridos compañeros, os manifieste los sentimientos de la más sincera gratitud, que todos nosotros experimentamos en este afortunado momento. Mis superiores y todos mis compañeros querrían deciros algo. Unos querrían agradeceros el honor que nos habéis tributado ((**It7.207**)) en este día, otros recordaros los beneficios que en tantas ocasiones nos habéis hecho, quiénes pediros que continuéis siempre vuestra protección, vuestra benevolencia. Todos ansiarían suplicaros que queráis acordaros de nosotros; que sigáis favoreciéndonos, asistiéndonos, y protegiéndonos. En medio de este deseo común de manifestar los afectos del corazón, permitidme, Ilustrísimo señor Alcalde, y vosotros beneméritos señores, que en nombre de mis venerados superiores sea yo quien recoja y exponga los pensamientos de mis queridos compañeros. Sepan sus señorías que, en medio de la alegría, estamos confundidos porque nuestra condición (somos unos pobres muchachos), el tiempo y el lugar no nos han permitido haceros el deseado recibimiento, porque nosotros hubiéramos querido que los caminos estuvieran cubiertos de alfombras, las paredes y todos los rincones de la casa engalanados con flores para significar las hermosas virtudes que adornan a sus señorías. No hemos podido hacerlo así, no por falta de voluntad, que es muy grande en nosotros, sino por nuestra insuficiencia. No podemos ofreceros más que estas pocas flores y con ellas entendemos presentaros los más afectuosos deseos de nuestro corazón; añadimos una medalla de san Luis para aseguraros que no dejaremos un solo día sin pedir al Cielo las más selectas bendiciones sobre vos, ilustrísimo señor Alcalde y sobre cada uno de vosotros, beneméritos señores; en medio de nuestra confusión nos consuela el pensamiento de que la bondad, que sus señorías han tenido al venir hasta nosotros, suplirá nuestra poquedad. Una cosa más podemos aseguraros, y es que consideraremos siempre este día entre los más hermosos de nuestra vida y que siempre bendeciremos a la bondadosa Providencia que se dignó traeros hasta nosotros. El Alcalde escuchó con visible complacencia y dirigió luego a los jóvenes un corto, pero estupendo discurso. Era él un valioso orador. Hablando de don Bosco dijo: -Prepara él fiestas para los demás, pero quién las merece más que él? Atribuye él a los demás el mérito (**Es7.184**))
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