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Se había convenido, narra la Crónica, que en
esta ocasión se celebrara una fiestecita de
inauguración, ya que, a causa de la nieve, había
tenido poco éxito la primera, celebrada en el mes
de marzo. Hizo un tiempo precioso. El Alcalde fue
recibido a la puerta por don Bosco. Después de
visitar la exposición, la casa y los talleres pasó
a los pórticos donde estaban preparados los
alumnos en formación y había un sillón para él.
Sonaron los instrumentos de la banda y se cantó un
himno. A continuación el alumno Ramognini se
presentó ante el Alcalde y leyó una graciosa y
corta composición escrita por don Bosco:
Ilustrísimo Señor Alcalde y beneméritos
señores:
Antes de partir de nuestro humilde recinto,
Ilustrísimo Señor Alcalde y beneméritos señores,
permitidme que yo, en nombre de mis queridos
compañeros, os manifieste los sentimientos de la
más sincera gratitud, que todos nosotros
experimentamos en este afortunado momento. Mis
superiores y todos mis compañeros querrían deciros
algo. Unos querrían agradeceros el honor que nos
habéis tributado ((**It7.207**)) en este
día, otros recordaros los beneficios que en tantas
ocasiones nos habéis hecho, quiénes pediros que
continuéis siempre vuestra protección, vuestra
benevolencia. Todos ansiarían suplicaros que
queráis acordaros de nosotros; que sigáis
favoreciéndonos, asistiéndonos, y protegiéndonos.
En medio de este deseo común de manifestar los
afectos del corazón, permitidme, Ilustrísimo señor
Alcalde, y vosotros beneméritos señores, que en
nombre de mis venerados superiores sea yo quien
recoja y exponga los pensamientos de mis queridos
compañeros. Sepan sus señorías que, en medio de la
alegría, estamos confundidos porque nuestra
condición (somos unos pobres muchachos), el tiempo
y el lugar no nos han permitido haceros el deseado
recibimiento, porque nosotros hubiéramos querido
que los caminos estuvieran cubiertos de alfombras,
las paredes y todos los rincones de la casa
engalanados con flores para significar las
hermosas virtudes que adornan a sus señorías. No
hemos podido hacerlo así, no por falta de
voluntad, que es muy grande en nosotros, sino por
nuestra insuficiencia. No podemos ofreceros más
que estas pocas flores y con ellas entendemos
presentaros los más afectuosos deseos de nuestro
corazón; añadimos una medalla de san Luis para
aseguraros que no dejaremos un solo día sin pedir
al Cielo las más selectas bendiciones sobre vos,
ilustrísimo señor Alcalde y sobre cada uno de
vosotros, beneméritos señores; en medio de nuestra
confusión nos consuela el pensamiento de que la
bondad, que sus señorías han tenido al venir hasta
nosotros, suplirá nuestra poquedad. Una cosa más
podemos aseguraros, y es que consideraremos
siempre este día entre los más hermosos de nuestra
vida y que siempre bendeciremos a la bondadosa
Providencia que se dignó traeros hasta nosotros.
El Alcalde escuchó con visible complacencia y
dirigió luego a los jóvenes un corto, pero
estupendo discurso. Era él un valioso orador.
Hablando de don Bosco dijo: -Prepara él fiestas
para los demás, pero quién las merece más que él?
Atribuye él a los demás el mérito
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