((**Es7.174**)
>>-Tiene usted razón: hace dos años que me
quiero confesar de eso y dejándolo de una vez para
otra no me he atrevido a hacerlo.
>>Entonces lo animé y le dije lo que tenía que
hacer para ponerse en paz con Dios>>.
Así habló don Bosco en aquella ocasión, dando
sabios consejos a sus colaboradores para que
ejerciesen con éxito el difícil arte de salvar las
almas; por su parte se dedicaba en cuerpo y alma a
hacer de sus jóvenes otros tantos hijos de Dios,
si aparecía una nueva tempestad contra la nave de
Pedro.
En marzo de 1861, narra la Crónica, don Bosco
había escrito a Pío IX, que sería una gracia
especial de la Virgen si no debiera abandonar
Roma. Y en efecto en 1862, el 28 de junio,
desembarcaba Garibaldi en Palermo con dirección a
Caprera y era recibido por la plebe con un
torbellino de aclamaciones.
Sus mítines eran repugnantes por su impiedad,
cuando se referían a la religión y al Papa.
Contando con las promesas del gobierno inglés,
juraba él que muy pronto se obtendría la entrega
de Roma. El gobierno italiano, que parecía
oponérsele, le enviaba a escondidas barcos
cargados de armas y municiones. Desde Londres
había recibido un subsidio de tres millones de
liras y un millón de Turín. De todas las partes de
Italia se enrolaban jóvenes aventureros bien
pagados.
Entre tanto los batallones del ejército real
atravesaban Toscana y se aproximaban a los
territorios de las provincias que le quedaban al
Pontífice, para entrar en Roma, con el fin de
reprimir los previstos abusos de los garibaldinos,
si conseguían penetrar y hacerse ellos los dueños.
((**It7.195**)) Pero
Garibaldi, escoltado por los principales jefes de
la secta mazziniana, se había echado la cuenta de
servirse de la complicidad del Gobierno y de su
dinero para sublevarse él primero y después
conquistar para sí y para el partido republicano
Italia, Roma y todo.
Los aplausos frenéticos de sus partidarios en
Palermo le trastornaron la cabeza y, perdido todo
freno, acabó profiriendo muchas veces furiosas
injurias contra el Emperador de los franceses,
porque ocupaba Roma. Sus bravatas levantaron
grandísimo revuelo en París y en Turín; los
ministros del Rey reprobaron a toda prisa sus
altaneras palabras y se vieron obligados a invitar
a Garibaldi a deponer las armas, mientras Víctor
Manuel lo declaraba rebelde en una proclama
pública.
Entonces los mazzinianos, que comenzaban a
tener una clara
(**Es7.174**))
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