((**Es7.171**)
Señor te otorga la gracia de morir con un
sacerdote junto a tu lecho. Pídele no te suceda
que lo necesites, y no lo encuentres.
Esto pasaba, según creo, el 31 de mayo, sábado.
El domingo siguiente aquel hermano salió de viaje
a un pueblo lejano. Llegó allí por la noche y le
acometió una fiebre tan alta que le puso en
peligro de muerte.
En aquel trance comenzó a gritar que le
llevasen un sacerdote, porque el mal le
destrozaba, y se veía en el infierno. Llegó el
párroco del lugar, le consoló, le confesó y cuando
ya se despedía, el otro le detuvo rogándole que
por caridad no le abandonase en medio de las
llamas y de los demonios.
El lunes por la tarde era cadáver. Nos
figuramos que Dios haya tenido misericordia con
él, dados los sentimientos con que expiró.
-Predique -decíale al párroco-, predique este
suceso. La otra tarde, escarnecía yo a mi hermana
por haber llamado a un sacerdote para confesarse;
me avisó que no tomara a juego la cosa, porque
podría suceder que yo tuviese que morir pidiendo
un sacerdote, sin poderlo tener a mi lado. El
Señor no lo ha querido así; ha tenido compasión de
mí. Predique que se burlen de todo, mas, por
caridad, que no se burlen de nada tocante a
religión.
((**It7.191**)) El
párroco escribió lo ocurrido a la hermana y ella
me hizo leer hoy la carta. También yo os digo:
-No os burléis ni habléis mal de lo que se
relaciona con el culto de Dios. No critiquéis los
pareceres, la frecuencia de los sacramentos, el
alejamiento de los compañeros disipados que
encontraréis en medio de los buenos. Todas estas
burlas atraen la maldición de Dios.
El 29 se celebra por los muchachos del Oratorio
de San Francisco de Sales la festividad de San
Luis Gonzaga. Dedicóse un soneto, que se conserva
en nuestros archivos, al benemérito mayordomo don
Juan Trivella, y según la costumbre, que nunca se
interrumpió, se verificó la procesión y se
dispararon fuegos artificiales.
Por la noche, prosigue Ruffino, don Bosco habló
de la devoción de San Luis a la Virgen, de las
gracias sin número que él alcanzó de esta buena
madre, y de las que están preparadas para los
jóvenes, si saben pedirlas con fe, y pronunció
estas palabras:
-Ayer me contaron este caso. Una buena madre de
familia se encontraba atribulada por una
enfermedad. Prometió a la Virgen encenderle todos
los sábados una vela y gastar un sueldo en aceite,
si la libraba de aquellos dolores. En efecto,
curó. Su marido no veía con buenos ojos aquel
gasto; tanto, que el sábado pasado empezó a darle
la lata, diciendo:
-íBien, y ahora que has gastado el aceite, te
lo devolverá la Virgen?
-íPues, sí! Mira, hace diez meses que enciendo
todos los sábados esta lucecita y nunca más he
estado enferma; creo que, entre el médico, que no
ha vuelto a visitarme, las medicinas que nunca más
compré, el tiempo que no perdí en la cama, la
Virgen me ha devuelto sobradamente la cantidad que
gasto por Ella cada semana.
-íEs verdad, tienes razón! -exclamó el marido.
El mismo me contó ayer su altercado y me decía:
(**Es7.171**))
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