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((**Es7.170**) En tanto llegaba la novena de San Luis a su fin. Cada noche contaba don Bosco una encantadora narración que conmovía a los jóvenes. El 25 de junio, escribe Bonetti, nos decía: Viajaba un día en coche e iba sentado en el pescante junto a un cochero, que con frecuencia profanaba el santo nombre de Jesucristo. Le advertí varias veces, con toda delicadeza, que no blasfemara de aquel modo. Pero el pobrecillo repetía que no era capaz de lograrlo porque la inveterada costumbre le llevaba a ello. Entonces le prometí que le daría una mutta 1 si no profería semejantes palabras hasta la llegada a Turín. -Haré la prueba, dijo el cochero, y se lo propuso en serio. De cuando en cuando asomaba a su boca la primera sílaba, pero acordándose, al momento truncaba la palabra por la mitad, y tanto se esforzó que llegó a Turín sin que se le escapase ni una blasfemia. En consecuencia, le entregué la moneda prometida y le dije: -Piénselo un poco: para ganar cuarenta céntimos ha podido abstenerse de blasfemar; por qué no va a hacer otro tanto para ganarse el paraíso? íQué cuenta tendra que dar al Señor, si no se corrige de este vicio! ((**It7.190**)) Estas palabras produjeron tal efecto en el corazón de aquel hombre que, pasado un tiempo, vino al Oratorio a confesarse. Las malas costumbres pueden vencerse por quien se decide a ello con buena voluntad. El jueves 26 de junio por la noche, anota Ruffino en la crónica, don Bosco narraba el hecho siguiente: A principios de este mes fui llamado para asistir a una enferma. Mientras ella se confesaba, entró en casa su hermano, el cual, por desgracia, no era muy religioso. Se dió cuenta de que trataban de distraerle hasta que su hermana se hubiera confesado, pero él no quiso saber nada de ello. -Y aunque estuviese aquí el Emperador, a mí qué me importa? Y así diciendo, penetró en la habitación donde yacía la hermana. Cuando me vió a mí, comenzó a insultarla, por querer calentarse la cabeza, con la enfermedad encima. Pero la hermana le suplicaba que la dejase ajustar las cuentas de su conciencia. -Le has hecho venir tú? -Sí, yo le he llamado; me encuentro próxima a la eternidad, deseo arreglar mis cuentas. El otro, refunfuñando y vomitando cuanto le venía a la boca contra los curas y la religión, dejó que la hermana acabase de confesarse. Me levanté yo después, pasé a la otra habitación y aquel desgraciado me dijo: -Si yo caigo enfermo, espero no darle tanta molestia. -Fortuna la tuya -exclamó desde la otra estancia la hermana, al oirle-;si el Una cosa más de parte de don Bosco y es, que, puesto que no puedes convivir con nosotros y habitar dentro de estos muros todo el año, vengas ahora al menos a pasar unos días, siempre con la libertad de permanecer y de marchar, según tu conveniencia, etc. 1 Mutta: Era una moneda que valía ocho perras chicas (cuarenta céntimos). (N. del T.) (**Es7.170**))
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