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al partido liberal romano, y fue expulsado de la
Compañía. Acudió a Turín invitado por Cavour y se
pusieron de acuerdo hasta sobre lo que se debería
hacer cuando, muerto Pío IX, se reuniese el
Cónclave para elegir al sucesor; y, de regreso a
Roma, intentó corromper, aunque inútilmente, a
algunos prelados para que fueran cómplices en la
consecución de inducir al Papa a la renuncia de
sus derechos. A mediados de 1861 publicó en
Florencia un llamamiento a los Obispos, titulado
((**It7.174**)) Pro
causa itálica, pretendiendo enseñarles sus
principios sobre el dominio temporal de los Papas.
Después abandonó el hábito eclesiástico y regresó
a Turín para ponerse a la cabeza de los contrarios
a aquel dominio.
Consiguió la cátedra de filosofía moral en el
Ateneo Real y fundó la publicación del Mediador
para arrastrar al engaño al clero que, por
liberal, o por ingenuo, pensaba que pueden
conciliarse Iglesia y revolución.
Publicó un manifiesto al clero para que firmase
una instancia al Papa, con amenaza de cisma, a fin
de inducirle a abandonar el poder temporal. Un
grupito de apóstatas formado en Turín, bajo la
égida y dirección del Gobierno, puso manos a la
obra. Las autoridades subalternas debían impulsar,
con su apoyo, a los sacerdotes rebeldes, a los
propios obispos y a la Santa Sede. Distintos
emisarios, con sotana unos y sin ella otros,
corrían por toda Italia con un modelo de petición,
que presentaban a los sacerdotes de todas las
ciudades y pueblos; y con el arma en la mano, con
amenazas de cárcel, con infames seducciones, con
promesas y con dinero contante, consiguieron la
firma de algunos centenares de eclesiásticos. Su
periódico oficial publicó una lista con mil
novecientos cuarenta y tres, pero muchos
protestaron de no haber dado su nombre, y de otros
no se pudo saber nada, porque todo era mentira;
muchos habían sido engañados y muchos se
retractaron al saber la condena fulminada por la
Iglesia.
Se habían formado también en muchas ciudades
asociaciones
clérigo-cismático-liberales-italianas, compuestas
por apóstatas reunidos de acá y allá y metidos en
el fango de las miserias humanas. El 21 de
diciembre de 1861 fue elegido presidente honorario
de todas ellas monseñor Miguel Caputo, obispo de
Ariano, el cual aceptó. Era Capellán mayor de
Garibaldi y fue el único obispo rebelde al Papa.
Se temía con fundamento que fuera nombrado jefe de
la soñada Iglesia Nacional, con la celebración de
la misa en lengua italiana y con máximas que olían
a agnosticismo y a ((**It7.175**))
protestantismo, pero Dios se lo llevó de este
mundo el 6 de septiembre de 1862, día en que murió
impenitente en Nápoles.
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